16. Teoría del origen salomónico de la traza de El Escorial
Creo haber presentado pruebas suficientes que demuestran la utilización de la arquitectura del Templo de Jerusalén, como primera Casa de Dios en la Tierra, como modelo para el esquema arquitectónico de El Escorial y sus medidas.
16.1. Pruebas empíricas y documentales
Está claro que autores como Henry Kamen no le dan ninguna importancia a las numerosas pruebas que aporto para demostrar la teoría salomónica sobre el origen del proyecto arquitectónico de El Escorial. Su postura está cerrada desde el principio: El Escorial no es un edificio «hermético» ni mágico y por lo tanto todas las pruebas documentales que relacionan al católico Felipe II con el «ocultista» Salomón siempre serán discutibles o sencillamente son coincidencias o casualidades, como en el caso de los Reyes de Judá.
Ya en un primer libro el mismo autor, sin presentar prueba alguna, consideraba justificada la siguiente conclusión: «El edificio, aunque planeado en parte como residencia real, había de ser eminentemente religioso. Es improbable que las ideas ocultistas interviniesen conscientemente en los planes, o que el rey haya tenido alguna intención de recrear el antiguo templo de Salomón» [388].
Es decir, que según este autor si Felipe II hubiera tenido alguna intención de recrear el Templo de Jerusalén en El Escorial ello implicaría necesariamente que el rey lo hubiera planeado con ideas ocultistas, lo que hubiera impedido que el edificio fuera «eminentemente religioso». Pero ¿desde cuándo el Libro de los Reyes es el paradigma del ocultismo? ¿La Biblia o las reliquias son ocultistas? [389]
Por desgracia hemos visto anteriormente que la mayoría de los autores que rechazan las influencias del Templo en El Escorial no intentan en ningún momento refutar las pruebas empíricas que aportan los que defienden esta teoría, como la coincidencia de las medidas y esquemas arquitectónicos de los dos edificios [390]. Es muy probable que ni siquiera hayan hecho el esfuerzo de intentar entenderlas. Pero es que estas pruebas empíricas son las que permiten construir una teoría que aclare la aparente complejidad de la «traza universal» escurialense.
[389] H. Kamen (Enigma, pág. 118), sin aportar ninguna prueba ni mucho menos un plano, admite hipótesis que niega para El Escorial: «el zar Boris Godunov, contemporáneo de Felipe II, planeó la construcción de una iglesia en el Kremlin de Moscú siguiendo el modelo de los supuestos planos del templo de Salomón» y que «en el siglo XVII, el patriarca Nikon, aunque no llegó a construir un nuevo templo de Salomón, sí erigió una copia exacta de la iglesia de Jerusalén, el Santo Sepulcro, en su monasterio del Nuevo Jerusalén». Cita a Daniel B. Rowland, «Moscow. The Third Rome or the New Israel?», Russian Review, vol. 55, n.° 4, octubre de 1996, págs. 591-614.
[390] No quisiera introducir un debate sobre historiología, pero la cerrazón en reconocer sólo fuentes documentales primarias («no hay ningún documento que sugiera que...», H. Kamen, Enigma, pág. 121; o también «La palabra "Salomón" no aparece en ningún lugar de la nutrida correspondencia del monarca»; XL Semanal, pág. 53) muestra un método obsoleto e incompleto.
16.2. Hipótesis y teorías
Es curioso que Kamen comente: «es obvio que la tesis de Cuadra Blanco se basa por completo en una hipótesis» [391]. Según la RAE, tesis se refiere a una «conclusión, proposición que se mantiene con razonamientos», mientras que hipótesis es una «suposición sin pruebas que se toma como base de un razonamiento» y que «se formula provisionalmente para guiar una investigación científica que debe demostrarla o negarla».
Por lo tanto, todas las tesis (aunque sería más correcto hablar de teorías) deben basarse en hipótesis. Supongo que lo que realmente quiere decir es que no lo he demostrado fehaciente e irrefutablemente, caso de que ello fuera posible.
Hacer depender la validez de una hipótesis sólo a la existencia de cartas manuscritas es querer ponerse una venda en los ojos. Parece claro que es posible demostrar que Felipe II nació en Valladolid, porque hay suficientes pruebas documentales que lo avalan, pero no parece tan fácil conocer las causas de la muerte de don Carlos pese a la existencia también de numerosos documentos sobre el asunto.
La historia de la Historia está demasiado llena de documentos manipulados, fingidos y autocensurados. Me gustaría citar a Gachard, que estudió de forma ejemplar el controvertido capítulo de la muerte del hijo del rey: «En cuanto al depósito de las piezas del pretendido proceso en el Archivo de Simancas dentro de un cofre verde, basta con haber estudiado un poco el carácter y los hábitos de Felipe II para descartar semejante hipótesis. Aquel monarca no tenía por costumbre enviar a los archivos piezas de tal naturaleza, sino que las guardaba cuidadosamente en su gabinete, y cuando sintió que la muerte se le acercaba, por codicilo de 24 de agosto de 1597 ordenó expresamente que fueran quemadas» [392]
No, no es ese el camino habitual para buscar antecedentes en la génesis de una obra de arte. Los artistas no son amantes de dejar pruebas documentales que expliquen su inspiración, sobre todo cuando evocan otras obras. Normalmente en este campo funciona mejor aplicar el análisis empírico de sus semejanzas formales o estructurales, y la búsqueda de claves iconológicas [393].
Ante la ausencia de documentos escritos –o precisamente por su significativa ausencia– hay que dar más importancia a los antecedentes, al contexto y, si se me permite el símil, a la autopsia del edificio.
Aun entendiendo que los historiadores más acostumbrados a estudiar la historia política prefieran apoyarse en la claridad de la palabra escrita, los historiadores del Arte pueden y deben beneficiarse de otras fuentes como motivos de discusión y estudio, siempre que se haga de una forma científica y rigurosa. Sólo como ejemplos se pueden señalar el análisis de conceptos formales, estilísticos, estéticos e iconográficos. Y desde luego, el estudio de la principal fuente primaria, el propio objeto artístico, es crucial, ya que es similar a escribir la biografía de un personaje vivo a quien poder entrevistar y contrastar informaciones.
[392] P. Gachard, Don Carlos, pág. 342.
[393] Suponga que su curiosidad le impulsa a estudiar las estatuas de la fachada de la –digamos– Basílica de San Jonathán en Milán, asunto del que se han escrito montañas de libros en los últimos siglos. Los historiadores, que hasta hace poco tenían la tendencia a reescribir los libros antiguos, están todos de acuerdo en que esas estatuas representan a siete santos y a la Virgen, que está representada a una escala algo mayor. Sin embargo un día se le ocurre que esas estatuas podrían representan nada menos que a Blancanieves y los Siete Enanitos. Tras una muy larga investigación, logra encontrar suficientes antecedentes iconográficos de las mismas, especialmente buscando los textos originales de la época. Lo primero que descubre es que, tras la colocación de las estatuas, el cuento de Blancanieves se había puesto especialmente de moda: se habían hecho nuevas traducciones y numerosos estudios. Bajo las estatuas hay una leyenda que reza «Mala regina, invidiosa pulchrae privignae cognominatae Albanivis», texto que la mayoría de los historiadores han relacionado con la reina Claudia de Francia durante la ocupación del Ducado de Saboya bajo las blancas nevadas de los Alpes. Además, descubre que el Papa que mandó hacer las estatuas era un aficionado lector de cuentos para niños, tanto es así que su biblioteca tiene innumerables libros sobre el asunto. Alguno de esos libros los financió él mismo y sus portadas van dedicadas a él. Su palacio tiene tres cuadros con diferentes escenas del cuento, y hasta en una iglesia cercana hay otro gran cuadro en el que el Papa aparece ataviado como el príncipe. Incluso tuvo una perrita a la que llamó, cómo no, Blancanieves. ¿Pensaría que todo son meras casualidades?
Pero no todo el mundo sabe leer un plano o un edificio. Mucho me temo que insistir en hablar de esquemas arquitectónicos a algunos de los estudiosos de El Escorial es como a explicarle los colores a un ciego de nacimiento, porque donde no hay experiencia compartida el lenguaje es impotente. No se puede discutir de poesía japonesa con alguien que no sepa japonés.
Sé que todos los que habitualmente volamos en avión nos permitimos opinar sobre la pericia del piloto, pese a que nuestros conocimientos de climatología, aerodinámica y propulsión son prácticamente nulos. Pero antes de discutir sobre arquitectura y proyectación deberíamos intentar enriquecernos con la experiencia y el conocimiento de los que saben «leer» los edificios, los que tienen la abstracción necesaria para ver formas tridimensionales en un dibujo plano y los que están familiarizados con el largo proceso de la creación del objeto arquitectónico, tan diferente al de otras obras de arte.
16.3. El método científico y el origen de la traza escurialense
Me gustaría hacer una aclaración sobre el método científico y su aplicación en la Historia del Arte. Hace poco leía una frase que clarifica mucho su terminología: «la Teoría de la Evolución es sólo eso, una teoría, no está probada». En realidad, sabemos que esto no es así. ¡Claro que está probada! Lo que en el lenguaje común llamamos «teoría», una idea que se nos ha ocurrido para explicar algo, pero de la que aún no tenemos pruebas, es lo que los científicos llaman «hipótesis».
Cuando la hipótesis se pone a prueba con experimentos, describe de forma adecuada el mundo real, todas y cada una de las pruebas que encontramos la avalan y no hay un solo elemento que la contradiga, deja de ser una hipótesis y se convierte en una teoría. Y lo sigue siendo hasta el momento en que aparezca una sola evidencia en contra.
En este caso, con las considerables pruebas que avalan la teoría del origen salomónico de la traza escurialense corresponde a otros investigadores buscar pruebas, documentos o evidencias que pudieran contradecir mi hipótesis.
Es cierto que no se ha encontrado todavía ningún documento escrito que pruebe fehaciente y explícitamente la relación del Templo de Jerusalén con El Escorial, pero también es cierto que tampoco se ha encontrado ninguno que pruebe que a Felipe II le molestara que le compararan con el rey Salomón o que relacionaran El Escorial con el Templo. Podemos estar seguros de que, de no agradarle, Felipe II jamás habría consentido frivolidades sobre este asunto, y mucho menos siendo la tumba de su padre.
Se conocen sobradas actuaciones de Felipe en contra de la magia y de las herejías, pero nada en contra de los biblistas, pese a que humanistas como Erasmo rozaban en ocasiones postulados reformistas o actitudes judaizantes. Al contrario, el rey apoyó decididamente la edición de la Biblia Políglota de Amberes y el tratado del Templo de Villalpando, sin tomar aparentemente postura entre las dos facciones de escrituristas que se formaron tras Trento.
16.4. ¿Está el Escorial inspirado en la abadía de Ettal en Baviera?
Intentaré explicar la necesidad de pruebas documentales o empíricas para comprobar una hipótesis usando el método clásico de revisión por pares, es decir, el proceso de someter las ideas y el trabajo académico de investigación de un autor al escrutinio o arbitraje de otros expertos en el mismo campo. Henry Kamen opone su propia hipótesis a mi teoría, y es muy de agradecer –ya que no es habitual entre los historiadores con teorías consolidadas– que su libro haga críticas detalladas y proponga alternativas. Veámosla.
Kamen propone que Felipe encontró la idea de El Escorial en la abadía bávara de Ettal, fundada en 1330. El autor sugiere –sin aportar referencias documentales, planos o una imagen antigua– que a Felipe se le ocurrió la idea de El Escorial el 28 de mayo de 1551, durante el Felicissimo viaje: «Desde el momento en que se detuvo a observar con admiración el perfil de la abadía de Ettal, en las montañas de Baviera, el joven príncipe tuvo la clara intención de fundar un monasterio que sirviera de testimonio del poder de Dios y sólo de Dios» [394].
Sin embargo, y usando sus propias palabras, «no hay ningún documento que sugiera que a Felipe se le ocurrió alguna idea en esos momentos» [395]. Al contrario, ninguno de los minuciosos cronistas reales del viaje cita ni siquiera brevemente que el rey pasara por su «admirable» abadía en un día tan importante en el calendario católico como el Corpus Christi («no parece haber ningún documento que lo confirme») [396].
Kamen tampoco puede describir cómo era la iglesia antes de su reconstrucción en 1744 («es probable que cuando Felipe II cruzó la región existiera ya en una versión comparable a la actual») [397]. Me temo que no fue así: originalmente el perfil de la iglesia sólo tenía una torre, que además se había elevado en 1563 sobre una mucho más baja. De los grabados del siglo XVII se deduce que Ettal era una pequeña abadía, «nada comparable» con el Ettal actual, y mucho menos con los palacios y catedrales que Felipe había admirado en el norte de Europa.
[396] Ibídem, pág. 33 para el reconocimiento de la ausencia de documentos.
[397] Ibídem, pág. 34 para el desconocimiento de la imagen de Ettal en el siglo xvi por el autor.
La abadía fue destruida casi en su totalidad en un incendio que se produjo en el año 1742, pero fue reconstruida por Josef Schmuzer a partir de algunos dibujos del arquitecto Enrico Zuccalli. La imagen actual de la iglesia fue recargándose desde el siglo XVIII hasta la última intervención de 1894-1901, con su fachada curva, la segunda torre y el segundo claustro.
Por otra parte, el análisis de la planta no deja ver otros paralelismos que el que ambos edificios tienen patios cuadrados –Ettal tiene dos, aunque en el siglo XVI tenía sólo uno– y en disposición, escala y tamaño totalmente diferentes a los escurialenses. En realidad, son raros los monasterios en Europa que no están organizados en torno a patios cuadrados, y éste es demasiado pequeño.
Estudiando la imagen actual del monumento con sus dos torres, y comparándolas con los grabados antiguos, es muy evidente que la influencia ha ido en sentido contrario: los arquitectos barrocos y neobarrocos tomaron El Escorial y los Inválidos de París como modelos para la reconstrucción de Ettal.
Pero ya vimos que Kamen defiende que El Escorial no es una reconstrucción del Templo de Salomón basándose en una premisa falsa: toda aproximación teórica al Templo se hace con la intención de reconstruirlo físicamente. Como El Escorial no es una reconstrucción del Templo, Felipe no pudo hacer ninguna aproximación al asunto.
Para demostrar su hipótesis se limita a desacreditar –ya que no puede negarlas– cualquier interés de Felipe II por Salomón o su Templo. Y son tan numerosas que gasta mucho espacio en quitarles importancia, no en probar lo contrario como sería lo lógico [398].
A riesgo de repetirme debo volver otra vez a defender el Método Científico: para que una hipótesis pueda denominarse teoría debe ponerse a prueba empíricamente, describir adecuadamente el objeto del estudio y avalarse con pruebas sin que haya evidencias que la contradigan.
Pero la «hipótesis antisalomónica» no cumple estos requisitos: la presencia de Salomón en la portada de la iglesia se justifica para señalarla como Domus Dei; el rey no hubiera permitido la imposición de la estatua de Salomón sin compartir y conocer la idea [399]; que en España al menos en cinco ocasiones le llamaron a tomar ejemplo de Salomón; el monasterio de Ettal del siglo XVI no guardaba ningún parecido, ni siquiera lejano, con El Escorial; y si Felipe hubiera pensado que Salomón tenía algún trasfondo heterodoxo no hubiera permitido un sólo cuadro con ese tema en su monasterio.
En mi opinión, parece dudoso que la hipótesis de Kamen se pueda comprobar a menos que aporte argumentos y documentos más consistentes. Usando otra vez sus propias palabras, se trata de «un planteamiento respaldado por referencias eruditas, que, analizadas con detenimiento, se revelan enteramente basadas en premisas de origen dudoso y en la mera especulación» [400].
[399] Bustamante señaló que la presencia de los reyes es un dato incontestable del Biblismo escurialense y el apoyo regio a Arias Montano y cree, basándose en la cronología de su colocación, que «las figuras no estarían en tan importantísimo lugar si el Rey Prudente no hubiese decidido que se hiciesen y colocaran allí» (A. Bustamante, Octava maravilla, págs. 636).
[400] Ibídem, pág. 130 para otra buena lección de metodología.
16.5. ¿Entonces la evocación del Templo no fue la idea principal?
La idea de evocar el Templo de Jerusalén es tan secundaria como la de utilizar chapiteles de pizarra para coronar las torres de las esquinas de El Escorial. Pero ninguna de las dos decisiones es arbitraria ni puramente estética. Ambas tienen un significado detrás que las hace importantes.
Felipe II no quiso un edificio con apariencia castellana (torreones), ni italiana (torres cupuladas), ni flamenca (tejados apizarrados), sino una sabia mezcla de austeridad castellana, clasicismo italiano y esbeltez flamenca, de tal manera que mostrase sus tres dominios, pero sin que ninguno determinase la imagen general sobre los otros.
Dicho de otra manera: igual que no podría decirse que la principal intención de la construcción del Monasterio de El Escorial fuera introducir el estilo flamenco en España, tampoco puede decirse que lo sea evocar o recrear el Templo de Jerusalén. Aceptemos pues la multicausalidad y alejémonos de los tercos axiomas que son tan poco compatibles con la complejidad de la proyectación arquitectónica.
Pero no por ello debemos negar su importancia: el que no sean su intención principal no les quita a ambas ideas su trascendencia en la generación del proyecto y en su potente imagen final. En ambos casos fue una decisión importante que marcó aspectos estéticos fundamentales en las desornamentadas fachadas escurialenses, trazando la silueta del edificio y dibujando la única decoración figurativa que adorna la fachada de la Basílica: los Reyes de Judá.
Está claro que no se trató de reconstruir literalmente el Templo de Jerusalén, sino que éste fue la principal «espoleta generativa» del proyecto. El Escorial no fue la ilustración de una idea, sino el estímulo figurativo que permitió «construirla» de una manera suficientemente flexible como para admitir las necesidades de los que debían habitarlo y el lenguaje arquitectónico renacentista.
El Escorial no debe verse sólo como la materialización de su significación bíblica. También es un objeto arquitectónico que debía construirse respondiendo a un programa de necesidades muy preciso, y que se hallaba condicionado por el presupuesto, el clima, los condicionantes estructurales y de los materiales, y la estética arquitectónica de su época.
16.6. ¿Es El Escorial una reconstrucción del Templo de Jerusalén?
Tengo que expresar mi extrañeza sobre el interés de algunos estudiosos en refutar que El Escorial sea una reconstrucción del Templo de Jerusalén, pese a que no ha habido nunca ningún interés en el catolicismo por este asunto. Esa es una vieja idea de la religión judía, que aspira a ver construido de nuevo el Templo en su mismo emplazamiento para que Yahvé viva entre su pueblo elegido y, tras la llegada del Mesías, comience un nuevo orden mundial [401]. No era éste ni mucho menos el caso de Felipe II. El Catolicismo cree que ese Mesías ya ha venido y que el Templo se reconstruyó con la resurrección de Cristo.
Tal vez la confusión sobre la necesidad de reconstrucción física del Templo esté causada por la profusión de tratados publicados en las últimas décadas por autores judíos en Estados Unidos e Israel, especialmente tras la anexión israelita del Jerusalén Este en la Guerra de los Seis Días de 1967.
Pero es que aunque alguien hubiese podido demostrar que El Escorial no es una reconstrucción del Templo, no hubiera hecho sino aclarar algo que ya sabíamos. Ya hemos dicho repetidamente que el Templo sólo fue el modelo arquitectónico que se usó para reforzar la idea de El Escorial como Casa de Dios, no un intento de reconstrucción del edificio del rey Salomón.
Pero es que aunque hubiesen podido demostrar por este método que El Escorial no es una reconstrucción del Templo, no hubieran hecho sino demostrar algo que ya sabíamos. Ya hemos dicho repetidamente que el Templo sólo fue el modelo arquitectónico que se usó para reforzar la idea de El Escorial como Casa de Dios, no un intento de reconstrucción del edificio del Rey Salomón.
Un autor del XVII tan poco sospechoso como el monje cisterciense Juan Caramuel señalaba en su Arquitectura recta y oblicua que Jesús había ordenado que no se restaurara el Templo después de su destrucción, y que el mismo Dios había intervenido para que dicha reconstrucción no se llevara a cabo:
«¿Si alguna vez, alla en futuros siglos, se ha de restaurar, o reedificar el Templo de Jerusalen?
Digo que no (Christiano y erudito letor) porque aunque despues de haberlo destruido Tito lo intentaron los judios muchas vezes, siempre se lo impidio Dios. Dios, digo, no los hombres […] Iuliano el Apostata, para probar con la experiencia, que sin verdad dice Christo, que no se ha de restaurar mas este Templo, no solo les dio licencia, sino tambien mucho dinero […] Empeçaronse a abrir los cimientos, y salio luego tanto fuego, que quemo a muchos, y causo tanto terror en todos, que nadie trato de alli delante de querer restaurar este Templo» [402].
En realidad lo que dicen las Escrituras era «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Jn 2:19), por lo que el interés de los judíos por la reconstrucción del Templo pasaba a ser el interés de los católicos por la comunidad de hombres de la Iglesia construida sobre la Resurrección de Cristo.
Así, el apóstol Pablo se preguntaba: «¿No sabéis que sois Templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1 Co 3:16). «Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo» (1 Co 3:11). «El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros» (1 Co 3:17). Jesús es la piedra angular y el cimiento de la nueva construcción divina.
El interés por el Templo para los cristianos del siglo XVI era más bien exégeta e intelectual, basado en el humanismo bíblico erasmista y en el sencillo simbolismo de los Padres de la Iglesia. Los estudiosos protestantes –que no creían que Dios estuviera presente en sus templos, donde no hay sagrarios– incidían en el significado y la literalidad histórica del Templo. Por el contrario, los estudiosos católicos atendían a la imagen del Templo como antecedente de la presencia real de Dios en las iglesias a través de la Eucaristía, centrando toda la escenografía del templo en el Sagrario.
Algunos arquitectos como Villalpando también se interesaban por la perfección de sus proporciones y medidas, porque se suponía diseñado por el mismo Dios. No he encontrado ninguna evidencia de que Felipe II compartiera las ideas neoplatónicas de Villalpando, por lo que creo que el monarca sólo buscaba que la Casa que construía para Dios en El Escorial no desmereciera a la que Salomón le construyó en Jerusalén.
Es probable que Felipe II y Juan Bautista de Toledo intentaran al principio que El Escorial tuviera las mismas dimensiones que el prototipo bíblico, pero los planes y necesidades de Felipe II demostraron ser lo suficientemente ambiciosos como para necesitar duplicar el perímetro del Templo de Jerusalén y destacar la iglesia fuera de estos espacios, configurando un recinto de dimensiones espectaculares, sin duda uno de los edificios más grandes de su época.