12. La presencia de Salomón en El Escorial

Todas las cualidades y virtudes del rey Salomón que hemos visto que se ponían como espejo y modelo moral y con las que se quería ensalzar a Felipe II se encuentran representadas en El Escorial. Felipe II quiso tener imágenes de Salomón en el mismísimo eje de su edificio. Son significativas pruebas, en suma, del «salomonismo» que impregnó toda la vida del rey Felipe II hasta la misma adopción del sobrenombre de Prudente por el que acabó siendo conocido:

  1. El rey sabio (pasando las pruebas que le ponía la Reina de Saba, en el centro de la biblioteca), por lo que intentó crear un Centro de Sabiduría precisamente en El Escorial, y no en ningún otro de sus palacios.

  2. El constructor de la primera Casa de Yahvé (junto a su padre, que le dio los planos del templo delineados por el mismo Dios, en la portada de la Basílica). Felipe da también mensajes de sucesión dinástica: él construye el Templo, pero sus sucesores tendrán que conservarlo y engrandecerlo.

  3. El rey prudente y justo (con el episodio del juicio salomónico de las dos madres peleando por el niño vivo, en el dormitorio real y en la celda del prior). Felipe quiso llevar a El Escorial el centro del poder, gobernar el mundo desde allí de una manera justa y prudente, y quiso trasmitir ese mismo modelo de gobierno al prior del convento.

12.1. Pieter Aertsen: «El Juicio de Salomón» (1562)

El pintor Pieter Aertsen (Amsterdam, ca. 1508-1575) pintó esta escena, nada menos que para los aposentos reales de Felipe II en El Escorial, colocado originalmente en lo alto, sobre una puerta, aunque hace algunos años se trasladó a La Granja . Se trata de un óleo sobre tabla de tres pies y diez dedos de alto y seis y nueve de alto (según un inventario de Isabel de Farnesio a la que pertenecía en 1746) en el que se representa el famoso episodio del Juicio de Salomón: el rey, demostrando su prudencia, da la orden de partir el niño vivo en dos para descubrir a su verdadera madre.

Tras él, soldados con armaduras españolas y –como recomendaba Erasmo y recordaban siempre los súbditos neerlandeses de Felipe– un gran número de consejeros, ancianos en su mayoría. En la columna pintada detrás de la rodilla del soldado de la izquierda se lee la fecha de realización del lienzo: 1562, el año en que comenzó a cimentarse El Escorial. La fecha es totalmente contemporánea con las llamadas al «salomonismo» del humanismo erasmista que hemos visto hicieron a Felipe II durante su larga estancia en los Países Bajos.

La atribución de esta obra a Aertsen fue hecha en 1987 por la investigadora Elisa Bermejo, a través del sabor veneciano del anciano y el niño jugando con el perro de la parte derecha, el tratamiento de los pliegues de las telas y la composición semejante a otros dibujos de la época de dicho pintor [277].

[277] E. Bermejo, «Pinturas inéditas», pág. 255. Fue una pena su traslado a La Granja, que lo aleja de la intención original del joven Felipe II, para acoplarlo en la colección de Isabel de Farnesio en La Granja, donde no acaba de encajar entre tanta pintura del XVIII. Desde aquí propongo su retorno al dormitorio de Felipe II, donde por su fecha debió ser uno de los primeros cuadros en colgarse.

12.2. Juan Bautista Monegro: «Los Reyes de Judá» (ca. 1581)

Juan Bautista Monegro (1545-1621), escultor y arquitecto toledano, trabajó en El Escorial en las estatuas de los Reyes de Judá, en los Evangelistas del patio central del convento y en la de San Lorenzo de la fachada principal. Con grandes influencias de los escultores italianos de su época, sobre todo de los Leoni, llegó a ser maestro mayor en la catedral de Toledo.

Se realizaron, junto con el San Lorenzo de la fachada, de un único bloque de granito, con las caras y las manos de mármol y las coronas y cetros de bronce dorado. Las estatuas no estaban en el proyecto original, ya que el primitivo proyecto de Herrera incluía en su posición seis pirámides alargadas, a las que sí podría otorgarse un valor puramente decorativo.

Son mal llamados Reyes de Judá, ya que en rigor éstos sólo comenzaron tras el cisma promovido por Roboam, hijo de Salomón, que separó el reino de su padre en Israel al norte y Judá al sur. Es una interesante casualidad el que los sucesores de Felipe y de Salomón perdieran sus reinos situados más al norte.

Como la gente no sabía reconocer los reyes, Felipe II encargó al padre Sigüenza unas inscripciones nuevas basadas seguramente en las de Montano, pero eran tan largas que hubieran quedado demasiados pequeñas para leerse [278]. Tras la muerte del rey, el encargo se olvidó. Las inscripciones actuales, según Ximénez, fueron compuestas por el padre Santos en 1660, durante el reinado de Felipe IV.

  • Josafat, «Lucis ablatis Legem propagavit» (2 Cro 19 «Destruidas las prácticas idólatras, propagó la Ley»): 4º rey de Judá. Restableció los sacrificios (sacrum facere, hacer sagrado) de animales a Dios y destruyó las columnas idolátricas y los altos, donde algunos adoraban a dioses extranjeros (2 Par 17-19).

  • Ezequías, «Mundata domo Phase celebravit» (2 Cro 29-30 «Celebró la Pascua tras purificar el Templo [de idólatras]»): 13º rey de Judá. Aseguró el abastecimiento de agua potable a Jerusalén, construyendo el famoso Canal de Siloé. Suprimió altares, los «lugares altos» y el culto a la serpiente de bronce de Moisés. Rehabilitó las puertas del Templo y mandó a los sacerdotes y levitas purificar el Templo durante ocho días, para restaurar la Pascua solemne, restableciendo las clases sacerdotales (2 Par 29).

  • David, «Operis exemplar a Domino recepit» (1 Cro 28 «Recibió la traza de la obra del Señor»): rey de Judá, descendía directamente de Adán y los patriarcas. Unificó Judá con las tribus de Israel, estableciendo su capital en la ciudad neutral de Jerusalén, terminando así con la dinastía de Saúl. Fue un rey guerrero y expandió significativamente sus reino hasta Siria y Jordania, por lo que Dios no le permitió levantar el Templo, pero recibió directamente de manos de Yahvé sus trazas (1 Par 28). Se le atribuía el Libro de los Salmos.

  • Salomón, «Templum Dño [Domino] aedificatum didicavit» (1 Re 6 «Edificó el Templo y lo dedicó al Señor»): 2º rey del Reino Unido de Israel, era hijo de David y Betsabé. Construyó el Templo en el cuarto año de su reinado, acabándolo en siete años. Fue conocido por su sabiduría y sentido de la justicia, aunque al final de su reinado cayó en la poligamia e idolatría, sobre todo bajo la influencia de la Reina de Saba (3 Reg 7) [279].

  • Josías, «Volumen Legis Domini in venit» (2 Cro 34 «Encontró el Libro de la Ley en las ruinas [del Templo]»): 16º rey de Judá. Reparó el templo y destruyó el de Baal, los altares, estatuas y santuarios idólatras. Durante los trabajos de reconstrucción del Templo encontró allí el Libro de la Ley de Moisés, el «Deuteronomio» (2 Par 34).

  • Manasés, «Contritus Altare D. instauravit» (2 Cro 33 «Arrepentido, restau­ró el Altar del Señor»): 14º rey de Judá, era hijo de Ezequías. Tras un fuerte arrepentimiento quitó los altares que él mismo había levantado a los dioses ex­tranjeros. Reparó los muros exteriores de la Ciu­dad de David, al oeste de Guijón y restauró el Altar de los Sacrificios (2 Par 34).

[278] La de Salomón, por ejemplo, decía: «Comenzó a construir la casa del Señor en el 4º año de su reinado y lo terminó en el 11º, y trajo lo que su padre David había santificado, la plata, el oro y los vasos, y los puso en la casa de los tesoros del Señor» (3 Reg., 7)». A. Ximénez, Descripción, I.I.IV, pág. 35: «Cæpit ædificare domum Dom. ann. IV. Regni sui & ann. XI. perfecta est, & intulit quæ santificaverat David pater suus, argentum aurum & vasa reposuitque in thesouris dom. D.»
[279] Aunque ya nos hemos referido al concepto del Templo como Domus Dei, no está de más recordar aquí la importancia de la presencia de Dios en su casa, real y terrenal para los católicos a través de la Eucaristía. La Oración del rey Salomón ante los sacerdotes de Jerusalén, en la que dedicó (consagró) el Templo, tiene dos pasajes que me parecen reveladores: «Pero en verdad, ¿morará Dios en la Tierra? Los cielos y los cielos de los cielos no son capaces de contenerte. ¡Cuánto menos esta casa que yo he edificado! Mas, con todo, atiende a la palabra de tu siervo, ¡oh, Yahvé, Dios mío! Que estén abiertos tus ojos noche y día sobre este lugar» (I Re, VIII,27-29). Los protestantes suprimieron las bendiciones, consagraciones y dedicaciones de los templos.

«Los seis reyes están allí porque tuvieron parte en la edificación o restauración del Templo de Jerusalén. No es pues su presencia una glorificación de la monarquía hebrea sino de la Casa de Dios.»

Como vemos, todas hacen referencia a la construcción del Templo y a su reparación y ampliación, con lo que Felipe II dejaba un claro mensaje a sus sucesores. El padre Sigüenza advirtió que Ezequías no tenía mucho que ver con el Templo y propuso su cambio por un séptimo rey, Joás, lo que prueba que hubo mucha polémica en torno a las leyendas de los reyes.

Osten también notó que los ropajes de los Reyes de Judá del Monasterio «combinan el manto real (clámide) y el hábito sacerdotal (efod), según si pertenecen a la clase de rex o de sacerdos» [280]. Kubler creía que la fachada principal, «que es de iglesia pero no tiene templo alguno tras ella» determina el aspecto sagrado del atrio [281]. Pero no cree posible que su colocación encierre ningún significado en la traza, ya que «fue una idea tar­día», «no se grabaron las leyendas de Sigüenza hasta después de 1605, y no se instalaron hasta la década de 1660».

Las estatuas de El Escorial se contrataron en 1580, elevándolas a su posición actual entre 1584 y 1585. Muy lentos en comparación con la estatua de San Lorenzo y las armas reales de la fachada principal, sobre el cuerpo de la Biblioteca, que se hicieron entre 1582 y 1583. Los cuatro Evangelistas del patio del Convento son de 1589 a 1593.

Bustamante cree también que la idea de los reyes debe ser necesariamente posterior a la traza de la fachada de Juan de Herrera con seis pirámides, que es aproximadamente de enero de 1577. Fue probablemente sugerida por Arias Montano, que llegó a España el 1 de marzo de 1577 para ser bibliotecario de El Escorial, pero añade: «las figuras no estarían en importantísimo lugar si el Rey Prudente no hubiese decidido que se hiciesen y colocaran allí» [282].

Al perderse el borrador de las inscripciones de las estatuas en vida de Felipe II, Bustamante intuye, con buen olfato, que «la oposición a Arias Montano y a su idea de un “Escorial bíblico”, un “Escorial Templo de Jerusalén”, era tan fuerte, que, aunque hubo que aceptar la incorporación de los seis reyes judíos en la faz de la Basílica, logró frenar las inscripciones, acaso por excesivamente claras».

Osten señala que con la ubicación de estas estatuas en el centro del edificio «quería colocarse muy conscientemente en la línea de sucesión de estos reyes y construir un nuevo Templum Salomonis; indica también que la idea tenía que haber existido desde antes para que tal propuesta pudiera tener lugar» [283].

Chueca, en una idea que comparto totalmente, cree en la ortodoxia de los motivos simbólicos de su colocación en la fachada de la basílica: «Los seis reyes simbolizan la restauración del Templo por antonomasia y todos ellos, monumentales y fastuosos, están allí porque todos tuvieron parte en la edificación o restauración del Templo de Jerusalén. No es pues su presencia una glorificación de la monarquía hebrea sino de la Casa de Dios» [284].

¿Podemos considerar casual la presencia de las estatuas de Salomón y David en paralelo a las de Felipe II y Carlos V, sin duda la principal prueba de «salomonismo» que conserva el edificio, colocadas nada menos que en la portada principal de la Iglesia? ¿Y por qué no hay estatuas Apolo, Eneas ni Hércules en El Escorial, ni de Salomón en otros palacios de Felipe II? [285].

La misma idea del fundador Felipe II de poner seis generaciones de reyes en el Presbiterio junto a las estatuas de bronce de los Leoni es la que tiene la colocación de seis reyes de Judá en la portada de la Basílica: no sólo los dos que lo idearon y construyeron, sino cuatro generaciones más que los mantuvieron y ampliaron y que tuvieron los mismos ideales de defensa de la fe.

No es éste el único ejemplo de esta referencia bíblica: la portada de Notre Dame de París incluye la serie completa de los veintiocho reyes de Judá. La novedad en El Escorial está en repre­sentar sólo los seis que contribuye­ron al esplendor del Templo. Ello prueba el interés por el biblismo en El Escorial y el que la idea del «salomonismo» escurialense no fue en absoluto una frivolidad.

[280] C. von der Osten, Estudio iconológico¸ pág. 130.
[281] G. Kubler, El Escorial, págs. 133 y 69s.
[282] A. Bustamante (Octava maravilla, págs. 636-647) cita a Sigüenza, que dice que «el doctísimo Arias Montano fue el inventor y por cuyo consejo se pusieron estos seis Reyes». Bustamante cree es un dato incontestable del Biblismo escurialense y el apoyo regio a Arias Montano, frente a opositores como León de Castro, que en 1574 intentó que se prohibiera: «Es como la cristalización en piedra del apoyo regio a la empresa de la Biblia y al biblismo» (ibídem, p. 636). El complejo proceso de Felipe II contra Roma y la Inquisición puede seguirse en M. Bataillon (Erasmo y España, págs. 738-743) y B. Reckers (Arias Montano, págs. 61-99).
[283] C. von der Osten, Estudio iconológico¸ pág. 130.
[284] F. Chueca, Piedra profética, pág. 20.
[285] H. Kamen (Enigma, págs. 119-120) cree que Salomón sólo fue una figura más a la que compararon a Felipe y que él nunca tuvo ninguna afinidad especial con el personaje bíblico: «durante su visita al norte de Europa el príncipe no solo fue comparado con Salomón, sino también con otras muchas figuras clásicas y bíblicas. Así, fue asimilado en repetidas ocasiones con la figura de Eneas descrita por Virgilio mientras cargaba a su padre en la espalda huyendo de las ruinas de Troya. La frase de Virgilio "imperium sine fine dedi" se le aplicó también a él. Además, se le comparó con Alejandro el Grande y Julio César, a pesar de que no había obtenido ninguna gloria militar. Siempre con respecto a la relación paterno-filial, fue asociado también con las figuras bíblicas de otros hijos: Isaac, José y Tobías. Otro de los temas que se repitieron constantemente tiene relación con las columnas de Hércules, las columnas gemelas que fueron uno de los emblemas de su padre, y con el lema "Plus Ultra", en el sentido de poder ilimitado. No existe prueba alguna de que el príncipe se identificase con ninguno de estos símbolos, lemas o personajes, y es engañoso singularizar la cuestión en la figura de Salomón».

«¿Podemos considerar casual la presencia de las estatuas de los Reyes de Judá en la portada principal de la Iglesia? Porque no hay estatuas Apolo, Eneas ni Hércules en El Escorial, ni de Salomón en otros palacios de Felipe II

12.3. Francesco da Urbino: «El juicio de Salomón» (1581)

El genovés Franciscus de Gorachiis, conocido como Francesco da Urbino (Borgo San Sopolcro, 1545-82), vino a España en 1567 con el «Bergamasco» para trabajar en la decoración de la Torre Dorada del Alcázar de Madrid y el Palacio de Valsaín, trabajando en El Escorial desde 1575 hasta su muerte en 1582.

Su principal obra en el monasterio fue el fresco de la bóveda de la celda del Prior, que representa en su recuadro central el famoso juicio de Salomón [286] Como en el caso de los Reyes de Judá en la fachada del Templo, otra vez es la única decoración figurativa de las Salas Capitulares [287], la zona noble del convento, hasta que se colocaron cuadros en sus paredes en época de Velázquez.

[286] H. Kamen (Enigma, pág. 122) señala por error que se trata de un cuadro «que cuelga de la celda del prior del monasterio».
[287] C. von der Osten, Estudio iconológico, pág. 129: «Mientras que las celdas, el refectorio y la capilla del convento no tienen ninguna clase de frescos y las bóvedas de la sacristía y de la sala capitular están decoradas con frescos únicamente ornamentales (grutescos, rosetas y otros adornos)».

Fue la última obra de Urbino, con una compleja solución espacial de claro sabor italiano [288]. Iconográficamente respeta la tradición del trono sobre escalones con dos leones, con decoración y vestuario totalmente clasicista, más propios de la época de dominio romano de Herodes que del tiempo de Salomón.

[288] C. García Frías, «Francesco da Urbino», en Dibujos italianos, pág. 64, y P. Carofano, «Francisco da Urbino y la decoración de la celda del prior», en Los frescos italianos, pág. 99.

12.4. Pellegrini Tibaldi: «El rey Salomón y la Reina de Saba» (1586)

Pellegrini, llamado el Tibaldi (Puria, 1527-1596), tenía la misma edad que Felipe II. Estudió pintura y arquitectura en Bolonia y en Roma. Pintó frescos en el Castillo de Sant'Angelo y trabajó como arquitecto en la Catedral de Milán, donde aprendió la cultura miguelangelesca. Lomazzo le definió como el «Miguel Ángel reformado». Gracias a Pompeo Leoni, Felipe II le llamó para trabajar en el Alcázar de Madrid en 1586, donde lo nombró «Arquitecto de su Majestad».

Entre los magníficos frescos de la biblioteca del monasterio, un auténtico homenaje a la Capilla Sixtina, se narra en su panel central (justo en línea con la estatua de Salomón de la Basílica y de la de Felipe II frente al altar) la escena bíblica de El rey Salomón interrogado por la Reina de Saba.

El Rey Salomón interrogado por la Reina de Saba, fresco de Pellegrino Tibaldi en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial (1586). El texto hebreo de la falda de la mesa reproduce un texto bíblico: «has dispuesto todas las cosas con medida, número y peso» (Sabiduría de Salomón, XI:20)

El texto de la falda de la mesa reproduce el texto bíblico en hebreo: «has dispuesto todas las cosas con medida, número y peso» (Sab 11:20, diferente del que se lee bajo el pie de Salomón: III·REG·X en la Vulgata, I Rey 10 moderno). Aunque representa a la Aritmética, se burla de la numerología con un cuadrado pitagórico sin ningún sentido matemático [289].

Además de los frescos de la biblioteca pintó también los del claustro principal del monasterio, donde ocurren interesantes imágenes del Templo de Jerusalén, destacando entre otros La presentación de la Virgen en el Templo, los Desponsorios de la Virgen y Jesús entre los doctores.

[289] S. Béguin, «Pellegrino Tibaldi», en Dibujos italianos, págs. 85 y 96. Para H. Kamen (Enigma, pág. 116) esta temática, habitual entre los gobernantes de esa época, sólo «poseía relevancia política. Los gobernantes que se vanagloriaban de su inteligencia tendían a identificarse a sí mismos con el sabio rey bíblico».

En las imágenes interiores del Templo destacan las columnas torsas, ya que según la tradición la conservada en San Pedro provenía del mismo templo de Jerusalén. La arquitectura del fondo tampoco tiene intenciones arqueológicas, sino que es la típica invención ilusionista con intención clasicista, no judía.

12.5. Giordano: «Escenas de la vida de David y Salomón» (1693-94)

Luca Giordano (1634-1705), llamado en España Lucas Jordán, nació y murió en Nápoles, centro artístico de relieve en la Italia del XVII y perteneciente a la Corona española. El rey Carlos II necesitaba un decorador brillante, rápido y eficaz para terminar la escalera monumental y las últimas bóvedas de la Basílica. Giordano era además el más famoso de los decoradores italianos, por lo que podrá aumentar el prestigio de la monarquía española.

Tras un largo periplo por Roma, Bolonia, Parma, Florencia y Venecia, llegó a El Escorial en 1692, cuando era ya el pintor de frescos más famoso de Europa. Según Palomino, fueron muy apreciados en su época y se consideraron como algo novedoso y sin parangón, lo que habían ambicionado siempre sin conseguirlo los monarcas españoles.

Carlos II deseaba dedicar parte de la decoración de la Basílica a temas rela­cio­na­dos con la Eucaristía, de la los Habsburgo eran extremadamente devotos ya desde antes de Trento. Jordán, sin embargo, se obstinó en representar escenas que exaltaban al pueblo de Israel en las que se las ingenió para introducir antecedentes de la Eucaristía. A los lados del coro, el napolitano realizó dos frescos sobre los reyes David y Salomón.

Ambos frescos, pintados entre 1693 y 1694, presentan la misma composición: los cuatro lunetos están ocupadas por cuatro escenas diferentes y una de ellas se continúa hasta la bóveda, formando el cielo de las otras tres. A diferencia de otras composiciones del autor, estos dos frescos tienen una mayor claridad compositiva, con menor número de personajes que tienen también un mayor tamaño del habitual en Jordán.

Las escenas del fresco de Salomón presentan a Dios sobre Salomón mientras duerme al infundirle la sabiduría que le había pedido. Las otras escenas narran la unción como rey de Salomón, el juicio de Salomón y la recepción de la reina de Saba. El fresco de David presenta en su centro a los ángeles que muestran al rey la imagen del Templo de Jerusalén, en este caso el de Ezequiel. Según Ferrari y Scavizzi, la preferencia por Salomón y el Templo no es sino un homenaje a la casa de Austria, y muy especialmente a Felipe II y a El Escorial [290].

[290] L. Arbace, «Lucas Jordán», en Dibujos italianos, págs. 121 y ss., y M. Mena, «El napolitano Lucas Jordán en El Escorial», en Los frescos italianos, págs. 203 y ss., y Luca Giordano, págs. 51 y ss.

12.6. ¿Son las imágenes de Salomón elementos frívolos o decorativos?

Me gustaría establecer también un paralelismo entre las ideas estéticas de Felipe II en cuanto a la pintura, muy estudiadas en el caso del rechazo de El Greco. Geoffrey Parker cree que el rey debía estar de acuerdo con la famosa frase de su pintor favorito, Navarrete el Mudo: «los santos se han de pintar de manera que no quiten las ganas de rezar en ellos, antes pongan devoción» [291].

Ello puede aplicarse también a dos asuntos clave: el modelo arquitectónico de la Casa de Dios y su decoración. El rey siempre sobrepuso sus necesidades de devoción a sus ideas estéticas en lo relacionado con la religión. ¿Cómo podría Felipe II querer para su Escorial, donde quería enterrar a su familia cercana, nada que pudiera distraerle en las ganas de rezar, que –si se me permite decirlo así– era una de sus aficiones preferidas?

El rey podía tener ideas más o menos modernas de teología, literatura, pintura y arquitectura, pero desde luego no estaba dispuesto a frivolizar con la representación de un santo en un cuadro o con la significación de la Casa de Dios. Estoy seguro de que era igual de meticuloso al dirigir la iconogra­fía de los cuadros del retablo mayor que de las estatuas de la fachada, y si no hubiera buscado paralelismos con el Templo de Jerusalén no hubiera elegido unas estatuas que desviaran la atención del templo donde enterraría a sus padres [292].

Un provocador estudio reciente da a entender que la presencia de las estatuas de los Reyes de Judá en El Escorial es una simple coincidencia [293] y su valor puramente decorativo, haciendo una lectura superficial y puramente estética de las mismas [294]. Hay tres aspectos que no parecen llamar su atención pero que, en mi opinión, señalan sin lugar a duda su marcada significación e intencionalidad:

  1. Su ubicación privilegiada en el centro de la fachada de la Basílica, llenándola por completo y dando su nombre al Patio de Reyes, el acceso a la parte más importante de El Escorial.

  2. Su excepcionalidad, ya que con San Lorenzo y el escudo de armas real de la entrada son la única decoración figurativa del exterior de El Escorial.

  3. Su grandiosidad: con sus casi cinco metros de altura y sus casi seis toneladas de peso cada una son uno de los más importantes conjuntos escultóricos de la Historia del Arte española.

En el Renacimiento el arte nacía y vivía mezclado con la religión, la política y la cultura humanística. Lo que para nosotros son sólo cuadros y estatuas de gran valor artístico para ellos eran muchísimo más: ídolos paganos, héroes nacionales, fetiches protectores, objetos de devoción, santos que les acercaban a Dios, o modelos de propaganda de alta significación política o religiosa.

[291] G. Parker, Felipe II, 2010, pág. 282, cit. a J. de Sigüenza, Descripción, IV.VII, pág. 377. Oxford Languages define la devoción como un “sentimiento de profundo respeto y admiración inspirado por la dignidad, la virtud o los méritos de una persona”. No me queda la menor duda de que Felipe era muy devoto del rey Salomón.
[292] H. Kamen (Enigma, pág. 121) cree que la identificación de Felipe con Salomón sólo se dio en el norte de Europa y que en España fue sólo una comparación piadosa: «En España, la identificación de Felipe con Salomón se realiza apenas una generación después de la existencia del Escorial, y con el propósito claro de establecer una comparación piadosa más que de insinuar que el rey deseaba en realidad crear una versión actualizada del templo de aquel». Ya hemos rebatido antes estas afirmaciones con pruebas, por lo que no insistiré más en el asunto.
[293] Resulta muy desconcertante que H. Kamen (XL Semanal, pág. 53) afirme que «es cierto que en la fachada del edificio están representados los seis reyes bíblicos, incluidos David y Salomón. Pero se trata de una mera coincidencia». Supongo que le traiciona el uso del lenguaje y que querría decir una «mera casualidad», porque coincidencia quiere decir precisamente la «acción y efecto de coincidir», es decir, «convenir con otra, ser conforme con ella / ajustarse con otra, confundirse con ella, ya por superposición, ya por otro medio cualquiera» (Diccionario de la RAE). Normalmente las coincidencias son usadas como pruebas positivas para la demostración de algo. En todo caso, no creo que sea una «mera coincidencia», sino una «significativa coincidencia».
[294] Este mismo autor (Enigma, págs. 123 y 205), en pleno brote polemista, señala también que «Felipe II tampoco sen­tía un gran entusiasmo por las estatuas, y les otorgó un papel limitado en la decoración de sus residencias», y que «podemos tener la certeza de que no fue Felipe quien las "colocó" allí; la persona que lo hizo, tal y como afirma inequívocamente Sigüenza, fue Arias Montano, quien las encargó en ausencia de Felipe, mientras el soberano se encontraba en Lisboa». No doy ningún crédito a esta hipótesis, porque no puedo imaginar a Felipe II delegando la decoración de nada menos que la fachada de su Iglesia y aceptando a la vuelta de su estancia en Lisboa encontrarse con seis estatuas de esa envergadura y significación colocadas sin su permiso.

12.7. La última: Tyrone Power murió en El Escorial como Salomón

Para cerrar el círculo de Salomón y El Escorial no he podido resistirme a relatar brevemente una curiosa anécdota: el famoso actor Tyrone Power murió de un infarto en el Monasterio de El Escorial, ataviado como Salomón y espada en mano, durante el rodaje de «Salomón y la Reina de Saba» (King Vidor, 1959).

Buscando escenarios en los alrededores de Madrid donde rodar las escenas de peleas eligieron los patios del Monasterio de El Escorial. El 15 de noviembre de 1958, a sus 44 años, Tyrone sufrió un repentino ataque cardiaco durante una de esas pruebas con George Sanders en uno de los patios del Monasterio, mientras Gina estaba tendida en el suelo y el actor José Nieto contemplaba la pelea, que fue realizada con gran realismo. El guion señalaba que el rey Salomón debía caer herido por su hermano Adonías, interpretado por Sanders [295].

Al finalizar Power estaba extremadamente pálido y con escalofríos, por lo que se le trasladó a Madrid en el coche de la Lollobrigida. Murió camino a la Clínica Ruber, donde no pudieron hacer nada por salvarle, con sus botas, la estola y los brazaletes aún puestos. Fue sustituido por Yul Brynner, con pelo y barba por exigencias de la sustitución. Como tenían mucho metraje, Vidor dejó a Tyrone Power en las escenas en que aparecía de espaldas. Durante la proyección el público se esforzaba en descubrir los planos en los que aparecía Power.

[295] Diario ABC de Madrid, 16 de noviembre de 1958, pág. 88. Power fue uno de los productores de dicha película con Copa Productions, reservándose para él mismo el papel principal del rey Salomón, junto a Gina Lollobrigida como la bella Reina de Saba. Para ello buscó casa en Madrid con su tercera mujer, Debbie Jean Minardos, con la que estaba casado desde el 7 de mayo de 1958 y que entonces estaba embarazada de su hijo póstumo Tyrone Power IV.