3. El salomonismo en la corte de María Tudor (1554-55)

En julio de 1553 murió el joven Eduardo VI de Inglaterra. Por una azarosa casualidad el trono de Inglaterra volvió a manos católicas, a las de su hermanastra María Tudor, hija de Catalina de Aragón, prima de Carlos V y tía segunda de Felipe. Aunque el Emperador se había comprometido años antes con Ma­ría, en ese momento vio una opción mejor: casar a su hijo Felipe –de veintiséis años, once menos que María, viudo desde 1545– con la nueva reina.

El príncipe aceptó la idea sin demasiado entusiasmo, pero viendo claramente las posibilidades políticas que tenía dicha unión. El 12 de enero de 1554 el Conde de Egmond pidió la mano de la reina siguiendo órdenes del Emperador desde Flandes. El acuerdo que firmaron fijaba condiciones muy restrictivas para el ejercicio de poder de Felipe en la isla. El 13 de julio el príncipe Felipe embarcó hacia Inglaterra desde La Coruña y el día 19 arribó en Southampton, donde le recibieron los almirantes de Inglaterra y Flandes.

Sería la más larga de sus estancias en el norte de Europa, que se prolongó durante cinco años: dos en Inglaterra y de nuevo el resto en los Países Bajos. Por diferentes motivos, desde entonces no volvería a salir de la Península Ibérica.

Felipe y María Tudor retratados por el neerlandés Antonio Moro (Antonis Mor Van Dashorst) en 1556 y 1554 (Museo del Prado)

3.1. La reina de Inglaterra casa con el rey de Nápoles y Jerusalén

Con motivo de la boda oficiada por el Gran Canciller y obispo de Winchester Stephen Gardiner en la catedral de dicha ciudad el día 25 de julio (fiesta de Santiago, santo patrón de España), el Emperador cedió a su hijo los reinos de Nápoles y Jerusalén para que tuviese la misma jerarquía que su esposa [81].

Al mismo tiempo le confiaba la administración del Ducado de Milán, cuya investidura ha­bía recibido años atrás. Desde entonces incorporaría al escudo de las armas reales el cuartel de Jerusalén, tan querido por los Reyes Católicos y por Carlos V, aunque dejaría muy pronto de ser usado por Felipe, tal vez por la ola de antisemitismo que siguió al Concilio de Trento.

El documento de cesión de los reinos fue leído en francés por el duque de Feria, a modo de regalo de bodas. Leemos por ejemplo en Cabrera de Córdoba: «Felipe y María, por la gracia de Dios Rey y Reina de Inglaterra y Francia, Nápoles, Jerusalén, Hibernia (Irlanda), Príncipes de España y Duques de Milán en el año primero y segundo de su reinado» [82].

[81] A. de Herrera (Historia general, I.II, p. 5): «fue el principe proclamado Rey de Inglaterra, Napoles y Jerusalem, y Duque de Milan, titulos que su padre le dio por q. la Reyna no tuuiesse marido de menor grado». En la tercera parte de este libro me extenderé sobre la significación que tenía para Felipe su proclamación como rey de Jerusalén.
[82] L. Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, lib. I, cap. V, pág. 23; cap. VI, págs. 26-27; cap. VII, págs. 30s.

Moneda de seis peniques (sixpence) de Felipe y María Tudor

3.2. El discurso de Reginald Pole sobre la reconstrucción del Templo

A diferencia de lo que había ocurrido en los Países Bajos en 1549, en Inglaterra, no se necesitaban metáforas salomónicas de sucesión dinástica ni de sabiduría. El problema allí era la división religiosa, contra la que María Tudor estaba realizando una dura política represiva. Y sería en Inglaterra donde se introduciría un elemento nuevo: Felipe no sólo era el príncipe pacífico y prudente que sucedería a su belicoso padre, sino que reedificaría el Templo de Jerusalén, símbolo de la nueva unidad religiosa que demandaba Inglaterra.

El autor de esta elaborada comparación con Salomón fue nada menos que el famoso cardenal Reginald Pole [83], legado pontificio en Inglaterra, en su discurso ante el Parlamento del 21 de noviembre de 1554. María Tudor, que era prima de Pole, estaba convaleciente de una enfermedad y las dos cámaras tuvieron que desplazarse al Gran Salón del Palacio de Whitehall.

Tras expresar la alegría que le trasmitió Carlos V en Flandes por la conversión de Inglaterra y la llegada de su hijo al trono, señaló que no había podido terminar con las discrepancias religiosas por algún oscuro designio de Dios:

«Bien puedo yo compararlo con David, que aunque fue un hombre elegido por Dios, como estaba contaminado por la sangre y las guerras aún no podría construir el Templo de Jerusalén, pero dejó que lo terminara Salomón que era un rey pacífico. De esta manera, puede pensarse que la apaciguación de las controversias sobre religión en la Cristiandad no podrá asignarse a este Emperador sino a su hijo, que terminará el Edificio que su padre había empezado. Y dicha Iglesia no podrá ser finalmente construida, a menos que universalmente todos los Reinos nos unamos bajo una sola cabeza y lo reconozcamos como vicario de Dios, para tener un poder superior» [84].

[83] El famoso cardenal Reginald Pole nació en 1500 en Staffordshire y murió el 17 de noviembre de 1558, apenas doce horas después de María Tudor (totalmente contemporáneo pues de Carlos V). Tenía un estrecho parentesco con la familia real inglesa, pese a lo cual abandonó su país tras oponerse al divorcio de Enrique VIII y a su proclamación como cabeza de la Iglesia. Fue perseguido desde Inglaterra por toda Europa, y tras su llegada a Roma fue nombrado cardenal. Finalmente representó a la Santa Sede presidiendo Trento. Tras el ascenso de María Tudor, fue nombrado legado apostólico de la Santa Sede y consejero de la reina. Llegó a Dover el 14 de noviembre de 1554 desde Alemania y Bruselas, de donde fue a Londres a finales de mes, presentándose ante el parlamento y los reyes para aceptar a los miembros de la cámara en el seno de la Iglesia romana y librar a Inglaterra de la excomunión pontificia. El año siguiente ocupó el arzobispado de Canterbury, que le hacía primado de Inglaterra. Pole fue el autor del famoso saludo a María Tudor (Ave Maria, benedictus fructus ventris tui) cuando su famoso embarazo imaginario, comparación desafortunada que para algunos rozó la blasfemia. Cfr. Enciclopedia Espasa, t. XLVI, pág. 65.
[84] «I can well compare him to David, who though he were a Man elect of God, yet, for that he was contaminate with Blood and War, he could not build the Temple of Jerusalem, but left the finishing thereof to Solomon, which was Rex pacificus. Si may it be thought, that the appeasing of Controversies of Religion in Christianity is not appointed to this Emperor, but rather to his Son, who shall perform the Building that his Father had begun. Which Church cannot be perfectly builded, unless universally in all Realms we adhere to one Head, and do acknowledge him to be the vicar of God, and to have power from above». The Parliamentary or Constitutional History of England, vol. III, págs. 319-320, 2ª ed., Londres, Tonson & Millar, 1762. El discurso de Pole está copiado literalmente de las Grafton's Chronicle, pág. 1.344.

3.3. El Templo no como edificio material, sino como unión «de ánimas»

El discurso de Pole fue comentado por uno de los españoles asistentes al Par-lamento de Whitehall, del que por desgracia no se ha conservado su nombre, de la siguiente forma:

«Leyda [la carta de Felipe], el Legado [Pole] hizo vna plática á los Reyes y al Parlamento en su lengua, loando á los del Reyno, admitiendo su petición; dixo al Rey que en su primera salida auia hecho tan gran seruicio á Dios de conuertir y reducir este reyno á la verdadera y cathólica religion: y que aunque el Emperador, como chriptianísimo príncipe, auía trabajado tanto en juntar materiales y querer edificar el templo, que nuestro señor no auia permitido sino que lo edificasse y acabasse su hijo: como acaesció á Dauid y Salomon; y assí se a visto, pues, en breues dias aurá acabado un edificio tan grande y no de materiales como el de Salomon, sino de ánimas que tan perdidas estauan por mal exemplo y dotrina, y que así como Dios hauia permitido que se redimiese el humanal linage por mujer, asi auia permitido que este Reyno se redimiese por esta buenauenturada Reyna» [85].

La idea de este discurso, que el cronista Muñoz toma de un testigo español anónimo, se repetirá en más de una ocasión. José Luis Gonzalo destacó el hecho de que este anónimo testigo recuerde precisamente esta parte del discurso de Pole, lo que nos señala el impacto que sus palabras debieron producir, al menos entre los cortesanos españoles [86].

[85] Para el discurso en Whitehall, ver la carta IV, pág. 135, en A. Muñoz, Viaje de Felipe II, ed. 1877: «Traslado de una carta que fue enviada del reyno de Inglaterra á la muy ilustre señora Condesa de Olivares en que se da relación como aquel reyno se ha reformado en la fe católica, y dado la obediencia al summo pontífice...».
[86] J. L. Gonzalo: «Imagen salomónica», págs. 739 y ss.
El palacio de Whitehall visto desde el río a mediados del siglo XVI, con la Banqueting House al fondo. Se situaba en la ribera del Támesis, frente al actual London Eye. Durante el reinado de Eduardo VI (1547-1553) fue la principal residencia real, pero en el reinado de María I (1553-1558) se usaba solo en ocasiones importantes, como las dos visitas de su esposo Felipe de España, ya que la soberana prefirió el cercano palacio de St. James.

3.4. Felipe príncipe de España y rey de Inglaterra y la Jerusalén Celestial

Los estados presentaron un memorial en latín suplicando el perdón por el error que habían cometido. A cambio, Felipe les permitió no devolver los bienes arrebatados a la Iglesia. A continuación, la idea del Templo, no como monumento material, sino espiritual, fue expresada también por el propio Felipe en su respuesta ante el Parlamento inglés, de una forma plagada de paralelismos bíblicos. Cabrera lo transcribe así:

«Ésta, según el estado del Nuevo Testamento, es nuestra Iglesia Católica, que tuvo principio en Jerusalén [...] gobernada por elegido por el Espíritu Santo [...] Por esto en la ley antigua se mandó a los hebreos poner en la frente del Sumo Sacerdote el nombre inefable de Dios esculpido en lámina. Es la Iglesia militante divinamente traslado de la triunfante; y vio San Juan descender del Cielo a Jerusalén nueva y santa. Como en ella hay un príncipe, Dios, [...] en la militante hay un romano pontífice» [87].

Está claro que Felipe no sólo conocía la descripción del Templo, sino también la de la Jerusalén Celestial del Apocalipsis, ya que es importante el detalle de que el centro de la ciudad no tenía templo, sino que era el mismo Yahvé el que descendía a la Tierra en el centro de su Ciudad Santa. En el caso del Apocalipsis la Domus Dei se trasforma en Civitate Dei. Veremos en la segunda parte como Felipe II quiso llevar también esta descripción nada menos que al fresco de la nave central de la iglesia, aunque algunos han querido ver magia y ocultismo en el famoso cubo [88].

[87] L. Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, cap. VI, pág. 27.
[88] R. Taylor, Arquitectura y magia, pág. 16.

«Felipe en su discurso ante el Parlamento señala su idea del Templo como monumento espiritual, adelantando su idea de la Jerusalén Celestial como Casa o Ciudad de Dios.»

Luca Cambiaso pintó «La Gloria» entre 1584 y 1585, inmenso fresco de la bóveda del coro de la Basílica de El Escorial. Es probable que el cubo represente la Jerusalén Celestial: «La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales [...] la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio [...] Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero» (Ap 21:16-22).

3.5. Los Cantares de Salomón dedicados a la feliz pareja

Siguiendo el mismo espíritu salomónico de Pole, el humanista belga, profesor de latín del Colegium Trilingue de Lovaina desde 1539, Pedro Nanio o Petrus Nannius (Alkmaar 1500 - Lovaina 1557) había solicitado en una carta del 5 de sep­tiem­bre de 1546 al canciller inglés Stephen Gardiner dedicarle su edición de la Sabiduría de Salomón, finalmente dedicada en 1552 a Luis de Flandes.

Como veremos un poco más adelante «se estaba tejiendo en los Países Bajos una compleja red de relaciones personales y culturales, desde el felicísimo viaje, que sustentaba un humanismo español tan notable como breve». En esta red de raíces erasmistas debemos contar a estudiantes de Lovaina como Sebastián Fox Morcillo o Felipe de la Torre, alumnos de latín de Nanio en la Trilingue. Del mismo modo que el círculo de Plantino de Amberes, los humanistas españoles y belgas no ocultaban las esperanzas que albergaban con respecto al nuevo rey: «una nueva era en lo cultural, pero también lo político y en lo religioso» [89].

Años después, en julio de 1554 editó sus comentarios y estudios sobre el Cantar de los Cantares de Salomón, dedicando a los reyes Felipe y María, recién desposados por el mismo Gardiner, el siguiente texto:

«A los muy serenos y poderosos príncipes Felipe y María, reyes de Inglaterra, Francia, Nápoles, Jerusalén, Irlanda, etc. Mientras el pueblo en general está con-vencido de que el matrimonio fue acordado por la Divina Providencia […] Noso-tros, que lo esperábamos con ansias, para lo que debía enviarse a tales santos como felicitación nada nos pareció más oportuno que el canto epitalámico, que Salomón compuso para Cristo y la Iglesia, no con furor poético, sino pleno del Espíritu Santo» [90].

[89] J. L. Gonzalo, Erasmismo, pág. 775 y 778: «Mientras en Amberes, Calvete, Plantino, van Ghistel, y Grudio saludan de una manera poética el inicio del remado filipino, en Lovaina las poesías se tornan en tratados políticos».
[90] Petri Nannii, In Cantica Canticorum Paraphrases. Gracias a Wim de Groot por esta comunicación. El humanista Fox Morcillo, que fue alumno suyo de latín en Lovaina, tributaba grandes alabanzas a Nannius en su De historiae institutione dialogus (París, 1557), y le llama «familiarem meun, hominem sane doctum et eloquentem».
Petri Nannii, In Cantica Canticorum Paraphrase, portada y dedicatoria a Felipe y María