Conclusiones

Pese al título de esta obra, la construcción de El Escorial no fue un intento de reconstruir el Templo de Jerusalén, un viejo anhelo judío que nunca fue buscado por el catolicismo. Entonces, ¿por qué se construyó El Escorial a su semejanza? Y, además, si siempre se ha destacado que El Escorial se construyó para agradecer a Dios la victoria de San Quintín el día de San Lorenzo y ser la tumba de los Habsburgo, ¿por qué se aunaron ambas ideas en vez de hacer, por ejemplo, un monasterio dedicado a San Lorenzo junto al Alcázar de Madrid y una tumba para Carlos V cerca de Toledo?

A lo lar­go de esta obra he podido demostrar que la explicación más sencilla pasa por con­firmar las razones declaradas por el propio Felipe II en la Carta de Fundación del edificio. El rey buscó darle a Dios una casa donde poder alabarle y agradecerle victorias como la de San Quintín, y donde los Santos intercede­rían por los planes del monarca de acabar con la herejía, defender la Iglesia y guardar la paz y la justicia. El rey no quería una iglesia para los fieles, quería darle a Dios una morada comparable a su Primera Casa en Jerusalén. Y bajo ella, y a su amparo, enterraría humilde y piadosamente a su padre y su extensa familia. Los cien monjes del Monasterio, y los seminaristas del Colegio que los sucederían, darían culto permanente a Dios y rezarían por sus almas.

La idea de evocar el Templo de Jerusalén fue por tanto secundaria, pero no fue una decisión arbitraria ni meramente estética. Fue el modelo arquitectónico que se tomó inicialmente como idea del proyecto porque subrayaba el concepto del Templo como Domus Dei, como la Casa de Dios en la Tierra. Las medidas y el esquema del convento escurialense encajan a la perfección con la descripción del Templo de Jerusalén del historiador judeo-romano Flavio Josefo, por lo que es absurdo forzar geometrías esotéricas ni imaginar intenciones mágicas, herméticas u ocultistas. Sin embargo, algunos parecen tener recelos en aceptar un origen bíblico para la traza de El Escorial, probablemente por la gran cantidad de literatura esotérica que ha imaginado –por desgracia con éxito– un Escorial hermético y un Felipe II amante de la magia.

El uso de modelos de la historia bíblica y grecorromana era algo típico en la educación erasmista que recibió Felipe II, basada en el Humanismo Cristiano, y que se reforzaron en sus largas estancias en los Países Bajos, Alemania e Inglaterra. Durante su vida le compararon con otros personajes, pero con ninguno tanto ni en momentos tan señalados como con Salomón. Resulta difícil defender la tesis contraria, la de que Felipe II no hubiese querido que le relacionaran con Salomón. Tampoco hay estatuas de Apolo ni de Hércules en las fachadas de El Escorial, ni de Salomón en otros palacios de Felipe. Y el rey nunca hubiera consentido frivolidades o insinuaciones sobre la tumba de su padre sin una base real.

La consideración de Salomón como rey sabio debió motivar también la decisión de Felipe II de donar su rica biblioteca a los monjes del Monasterio y crear así un Centro de Sabiduría, en lugar de concentrarla en cualquiera de sus otros palacios donde también pasaba mucho tiempo, como Aranjuez, Valsaín o el Alcázar de Madrid. Está probado que el conocimiento del Templo por parte de Felipe II era muy completo y que el rey sentía una afinidad muy grande con el sabio y prudente rey bíblico, tanta que quiso llevarla sin tapujos a lugares muy señalados de su edificio. No hay que buscar «códigos ocultos» en El Escorial: el nombre de Salomón está grabado en grandes letras en su gigantesca estatua en la portada de la Basílica, así como en el fresco central de la biblioteca, el techo de la celda del prior, el dormitorio real y las bóvedas de la iglesia.

El Escorial visto desde el monte Abantos (fotografía Y. Piqueras)