La polémica sobre el codo empequeñece ante la fuerte controversia por la reconstrucción gráfica del Templo a lo largo de la historia. Ello fue debido, fundamentalmente, a que Jerusalén había tenido dos templos diferentes separados diez siglos en el tiempo, más un proyecto no construido. Los diferentes autores que los describen entraban en discusiones no sólo teológicas, sino políticas.
Aunque mi primera idea fue tratar aquí con la extensión que merece el problema de la reconstrucción gráfica del Templo intentaré ahorrar el trago al lector, que a estas alturas estará ya aburrido de tanta numerología. Sin embargo, tampoco podré resumirlo demasiado, ya que el desconocimiento de la arquitectura y medidas del Templo de Jerusalén es un profundo agujero en los estudios modernos de El Escorial que me he propuesto completar [195].
Salomón (r. 973-931 a.C.) heredó de su padre, el rey David, un estado poderoso aunque poco evolucionado económicamente, formado por dos tronos: Israel al norte y Judá al sur. Un pueblo de pastores nómadas que él elevaría a la categoría de gran nación, cuyo prestigio e influencia se extendería por Oriente. David había fijado en Jerusalén su capital para centrar geográficamente la administración y dar importancia en su Monarquía a las tribus judaicas del sur.
La decisión de construir el Templo se identificó con el destino histórico de la nación hebrea, camuflando así una acción política oportuna con la que integraba los diferentes pueblos de un estado poco unificado. Se instauraba por destino divino la monarquía hereditaria y una religión monoteísta común. La clave de la nueva religión hebrea era situar en el monte Moriá, el antiguo monte Sión donde los jebuseos del sur hacían sus sacrificios, el Arca de la Alianza de los israelitas del norte, en un Santuario permanente vinculado a la monarquía.
Según el Libro de Reyes, Dios dio los planos del Primer Templo a David aproximadamente en el año 960 a.C., para que lo construyera su pacífico hijo Salomón y sustituir el Tabernáculo que desde el Éxodo se venía utilizando como lugar de culto y reunión, y que era la morada de Dios entre los hombres (Domus Dei) [196]. El Yahvé nómada se vuelve urbano, tomando residencia entre su pueblo, en lo que el Catolicismo ve el preludio de la habitación de Jesús entre los hombres y de la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Aunque probablemente todo el monte estaba ocupado por el Templo y el Palacio de Salomón, la Biblia solo cita las medidas interiores del Santuario, basadas en la sencilla repetición del módulo del Sancta Sanctorum, una pequeña capilla de 20x20 codos con una nave o Sancta a continuación de 20x40. El culto se hacía en el exterior del Santuario, y sólo los sacerdotes y el rey podían entrar en él, donde Yahvé vivía dentro del Arca de la Alianza [197].
Un asunto destacado por los cronistas de El Escorial es que el Templo de Salomón estaba totalmente construido en piedra: no hay en El Escorial ladrillos ni tejas, incluso la pizarra de los tejados es una forma de piedra. El padre Sigüenza [198] sugería además que la idea de Herrera de labrar las piedras en la misma cantera para ahorrar tiempo estaba basada en el ejemplo del rey Salomón, que, según la Biblia, servía para alejar el ruido de los martillos del lugar sagrado [199].
Además, hay que destacar el fuerte simbolismo ligado a la bendición y colocación de las principales piedras de El Escorial, hecho muy destacado por la totalidad de los primeros cronistas.
La iluminación interior del Templo se conseguía con clerestorios (ventanas abocinadas «anchas por dentro y estrechas por fuera», I Re 6:4), lo que sirvió al tratadista barroco Juan de Caramuel para proponer el origen de la arquitectura oblicua barroca en el Templo de Jerusalén y en El Escorial [200]. Las columnas salomónicas serían la seña de identidad del barroco hispanoamericano.
La Biblia describe el Palacio de forma menos precisa: el Salón de las Columnas, de 50x30 codos, acceso al conjunto palaciego, el Palacio privado, del que no se citan medidas, y la Casa del Bosque del Líbano, de 100x50x30 codos, donde se guardaba el tesoro real. Se detiene más en los edificios accesibles al público donde el rey impartía justicia: el Salón del Trono, de marfil y oro sobre seis peldaños con doce leones [201]. El rey era la instancia suprema, y juzgar era una de sus principales actividades.
Tras su destrucción a manos de Babilonia, y pasados casi diez siglos, el rey Herodes reconstruyó el Templo para congraciarse con el pueblo hebreo [202]. Pese a ello, los judíos no le perdonaron el que introdujera elementos clásicos romanos en su diseño. Este Segundo Templo fue el que conoció Jesús y éste debería ser el que apareciera en los cuadros que narraban escenas del Evangelio [203].
En cuanto a su forma, las medidas interiores del Templo de Herodes coincidían con las del de Salomón, ya que debió aprovechar al menos su cimentación y parte de su estructura, aunque dotando al edificio de más altura y una nueva fachada de estilo clásico. El Arca de la Alianza ya no estaba porque se perdió tras la primera destrucción del templo.
El Santuario Interior -el Templo propiamente dicho- tenía forma de «T» invertida inscrita en un cuadrado de 100x100 codos, enmarcado en un edificio exterior claramente rectangular de 140x300 codos [204] con los muros de la entrada algo más bajos, por lo que quedaba con dos niveles diferentes de cornisa.
«Porque esta parte del templo se llamaua el templo santo, y subiase à el por catorze gradas del primero, era en lo alto quadrado y cercado de otro muro que tenia para si propio: cuya altura, aunque por defuera passaua de quarenta codos, estaua pero cubierta con las gradas que tenia, la de dedentro tenia veynte y cinco codos [...] Auia despues d'stas catorze gradas vn espacio hasta el muro, llano y de trezientos codos [...] Estaua el templo, es à saber el templo sacro sancto en medio, y subian à el por doze gradas, la altura y anchura por de frente era de cien codos [...]
Toda la altura tenia cien codos, y por baxo no tenia mas de quarenta [...] Los que entrauan, venian à dar en otra parte mas baxa, cuya altura tenía bien sesenta codos, y la largura otros tantos, y la anchura veynte, diuididos otra vez en quarenta, la primera parte estaba separada quarenta codos [...] La parte del templo mas adetro era de veynte codos, apartauase de la de defuera con otro semejante velo [...] y esta era la que llamauan sancta sanctorum» [205].
Estaba situado en la explanada del monte Moriah, que Herodes habría ampliado y amurallado hasta hacer un recinto de 500x500 codos, aunque estas medidas contrastan con la realidad física actual del monte, que es más bien rectangular.
Según Josefo, se duplicó el atrio del templo (Guerras, I.XVI), para lo que se amplió el muro con bloques de piedra gigantescos y se enrasó el terreno. Probablemente la ubicación del Santuario coincidía con la actual mezquita de la Cúpula de la Roca [206]. El resto occidental de la muralla es el actual Muro de las Lamentaciones.
Este edificio exterior estaba dividido en patios: el occidental, cuadrado, donde sólo accedían los sacerdotes; una franja intermedia para los israelitas y el atrio exterior, con cuatro patios cuadrados para el sacrificio en la hoguera de los animales, conocido como «patios de las cocinas» (como los cuatro patios menores del convento de El Escorial). Todo ello enmarcado por seis torres, cuatro en las esquinas y dos en medio de los muros norte y sur (otra vez como el convento).
La descripción de la fachada sólo se encuentra en las Antigüedades (XV.XI, p. 119): «El Templo, lo mismo que el pórtico real, era más alto en el centro que en las alas laterales». Este párrafo normalmente se ha interpretado como que la fachada quedaba rematada por un frontón triangular, al estilo romano, aunque otras fuentes lo suponen plano, con las naves laterales escalonadas.
Josefo menciona que en el interior del Templo de Jerusalén tenía «apartamientos que pudiessen recibir dentro muchos hombres y cien camas» (Guerras, VI.VI, p. 248v), dato que tal vez impulsó a Felipe II a doblar el número de monjes que velarían su tumba.
Las tropas de Tito destruyeron el Templo de Herodes en el año 70 d.C., y desde entonces los judíos, llorándolo desde el Muro de las Lamentaciones y en espera de su reconstrucción, lo consideraron como símbolo de su gloria perdida.
En el año 636 el califa Omar conquistó Jerusalén, construyendo la actual Mezquita de la Roca en el solar del antiguo Templo para rematar esta compleja historia.
Como la reconstrucción del Templo era defendida por los judíos como una consecuencia de la definitiva alianza del pueblo hebreo con Yahvé, la Contrarreforma tomó partido por un tercer Templo, el que Dios había revelado en un sueño al Profeta Ezequiel (n. 622 a.C.) durante su exilio en Babilonia, pese a que nunca había llegado a construirse [207].
A diferencia del templo rectangular de Herodes, se inscribía en un cuadrado perfecto de 500x500 codos que, en rigor, excedía del espacio real del monte [208]. Su núcleo central era rectangular, igual que en los dos primeros (200x350 codos contra 140x300 codos), pero la tendencia al dibujarlo, especialmente desde Villalpando, es a integrar este núcleo en el muro-edificio perimetral.
Una de las diferencias más notables entre los templos es que los patios cruciformes cuadrados de 40x40 codos del templo de Herodes se transformen aquí en cuatro patios en las esquinas de 40x30 codos, lejos del Santuario, lo que como veremos crea mucha confusión con las diversas reconstrucciones del Templo [209].
En resumen, las diferencias entre los tres proyectos sucesivos del Templo son importantes y significativas:
El de Salomón, del que sólo se conocían sus pequeñas medidas interiores, era el que tenía el prestigio.
El rectangular de Herodes, reedificado por un infame servidor de Roma, era el que había conocido Jesucristo.
El templo cuadrado soñado por Ezequiel, que no había llegado a construirse, había sido proyectado también por Dios.
A continuación, podemos ver mi propuesta de reconstrucción gráfica del Segundo Templo de Jerusalén y su Santuario interior, definiendo primero las medidas y modulaciones que se deducen de las fuentes antes descritas (principalmente Josefo y la Misnah, con sus pequeñas diferencias).
En el siguiente resumen de las propuestas de reconstrucción del Templo podemos ver que no sólo hay propuestas rectangulares o cuadradas. Algunos se las ingeniaron para meter el rectángulo en un cuadrado, perder la simetría cuadrada de la descripción bíblica de Ezequiel para admitir algunas de las descripciones de Josefo, o directamente inventar tipologías nuevas, lo que dificulta hacer clasificaciones muy rigurosas [210].
Aunque sería muy interesante estudiar aquí las diferencias de las reconstrucciones arquitectónicas del Templo de Jerusalén, me limitaré para no alargar el asunto más de lo necesario a reproducir la imagen de las principales de ellas por orden cronológico, algo que puede ser igual de concluyente para mostrar uno de los propósitos de este escrito: la reconstrucción arquitectónica de una fuente literaria es un objetivo inalcanzable, pero al menos suele generar fructíferas obras de arte.
En las diferentes imágenes del Templo que veremos a continuación, las nuevas aportaciones de la arqueología o la filología se mezclaban con ideas arquitectónicas propias o con eruditas discusiones sobre la certeza de las fuentes. En general el rigor con las medidas se somete al interés por la disposición de los elementos o a las florituras estéticas. Es muy llamativo comprobar cómo pueden ser tan diferentes e incluso contradictorias unas reconstrucciones de otras, siendo todas representaciones del mismo edificio [211].
Pero bastaría con intentar hacer una reconstrucción propia del Templo para ver las dificultades de una tarea que –ingenuamente– parecía sencilla al principio. Y especialmente cuando surge la necesidad inexcusable de plantear hipótesis en muchas de las disposiciones clave, como si fuera un crucigrama, ya que los textos de la Biblia y de Josefo son a menudo demasiado ambiguos.