Viglius Aytta de Zuichem (1507-1577), canciller de la Orden del Toisón de Oro, presidente del Consejo de Estado desde la época de Carlos V y maestro y amigo personal del rey Felipe II durante su larga estancia en Bruselas, encargó personalmente a Lucas d’Heere (1534-1584) un magnífico cuadro de casi tres metros basado en el conocido episodio bíblico de Salomón y la reina de Saba (I Re 10:1) para la Catedral de Gante en 1559 [150].
En este caso, no hay lugar a dudas: el Salomón del cuadro no es otro que el mismísimo Felipe II. Y la leyenda del cuadro así lo señala expresamente. El rey pudo contemplarlo personalmente con el resto de sus caballeros durante el capítulo XXIII de la Orden del Toisón de Oro, el último que se haría en esas tierras. Se trata, sin duda, de la más importante manifestación del «salomonismo» del Felipe II: el mismísimo Rey Prudente aparece ocupando el trono del rey Salomón mientras recibe a la reina de Saba.
El cuadro puede contemplarse en su ubicación original del cerramiento del coro de la Catedral de Sint-Baafs (San Bavón) en Gante. Salomón es representado claramente con los rasgos de Felipe II: rubio, con barba, labio belfo y mentón acusado. El atuendo, con corona de laurel, es más bien el de un emperador romano que el de un rey judío, como el templo clásico que se ve tras él.
El trono no deja lugar a dudas de la intención del cuadro: se trata del famoso trono de oro y marfil de Salomón, con dos leones flanqueando sus brazos y seis escalones con otros tantos leones en ellos (I Re 10:19 y II Cron 9:18) [151].
La reina de Saba representa en una sutil alegoría a los Países Bajos, que ponen a su disposición todas sus riquezas a cambio de un gobierno justo y sabio. La presencia de sabios consejeros y soldados junto al rey subrayan esta típica idea erasmista, vista ya en el felicísimo viaje.
El texto latino del marco del cuadro señala inequívocamente la relación entre Felipe II y el rey bíblico: «Alter item Salomon, pia regum gemma Philippus, ut foris hic sophiae mira theatra dedit», que se puede traducir como «Igualmente el otro Salomón, Felipe el más pío entre los reyes, dio muestras de su impresionante sabiduría tanto aquí como en el extranjero».
El uso del latín y del fondo arquitectónico clasicista, combinados con una escena bíblica de intenciones moralizantes, son típicos del humanismo cristiano de origen erasmista tan arraigado en los Países Bajos, del que ya hemos visto numerosos ejemplos en capítulos.
Tal vez no fuera Felipe II el que encargara directamente que se pusieran esas palabras en el marco, pero no parece que le molestara en un día tan señalado como fue la primera vez que ejerció su maestrazgo en la Orden del Toisón de Oro. El que lo ordenó fue nada menos que el Presidente del Consejo de Estado y del Consejo Privado, cargos de alta confianza, lo que nos sugiere que Aytta sabía cómo agradar a su sabio rey.
Los ecos de estas comparaciones seguirían incluso tras las guerras religiosas con los protestantes, aunque no siempre como panegírico. Hendrick Goltzius (1558-1617), colaborador del famoso grabador Felipe Galle, realizó un grabado en el último cuarto del siglo XVI, con una interesante alegoría contra la Inquisición.
El rey Salomón, con los ojos vendados, es el «crudelis princeps» (el cruel soberano, Felipe II), rodeado de la «Falsa Ecclesia» (la madre falsa) y los malos consejeros, sin escuchar a la «Vera Ecclesia» (la verdadera madre).
Salomón deja en el suelo al niño muerto (Barrabás, el verdadero delincuente) y, a diferencia del relato bíblico (I Re 3:16-28), parte en dos el niño vivo (Cristo). Éste representa a las víctimas de la Inquisición que, como Cristo, fueron muertas y martirizadas injustamente. Los malos consejeros alrededor del trono personificaban las prácticas de la Inquisición. Mientras, los protestantes de la parte delantera muestran su oposición a los malos consejeros [152].
Como vemos, los paralelismos bíblicos no eran simplemente exaltaciones de la actividad constructora de Salomón y de sus cualidades de sabiduría, prudencia y pacifismo, sino que tenían mucho de propaganda religiosa, algo especialmente importante en los Países Bajos.
En ese ambiente de admiración por el sabio rey bíblico, no es de extrañar una significativa curiosidad. Dado que es el único documento que le parece aceptable a Kamen, será bueno profundizar en él [153]. En marzo de 1558, residiendo aún en Bruselas, el rey tuvo un perro llamado Salomón. El can figura junto con otros dos perros de nombres menos regios, «Rosilla» y «Capitán», al cuidado de sus cazadores Luis Martínez y Alonso Marcos. De nuevo la vinculación del fundador de El Escorial con Salomón se muestra como un dato incontestable y que impregnaba hasta detalles tan corrientes y significativos de su vida cotidiana.
El perro Salomón aún vivía a principios de 1559, ya que tras describir los gastos en calzas y otras prendas entre las cuentas de don Francisco de España, Maestro de la Cámara del rey Felipe II de los años 1559 al 1598, sufre una ligera alteración al copiar los dos escritos con que termina el apartado correspondiente a los trompetas y atabaleros.
En el segundo de ellos se reseñan las cuentas de Juan de Villadiego, calcetero, que añade a las cuentas de las calzas de los cazadores de Felipe II los gastos de los que Solar-Quintes apunta eran sus lebreles favoritos: «Rosilla», con un gasto de 365 plaças (una moneda antigua de los Países Bajos), «Salomón», con nueve plaças (es decir, 9 días ese año para Salomón), y «Capitán», con 153 plaças. En total, 527 plaças que equivalen a los días de manutención de los perros; solo Rosilla sobrevivió ese año completo.
Estos datos permiten asegurar que el pobre perro Salomón murió el día 9 de enero de 1559, pocos meses antes de partir el 20 de agosto hacia España [154]. También me parece importante señalar que Felipe pudo buscar otro nombre para su perro, como Marco Aurelio, Alejandro o Hércules, pero a estas alturas estaba claro cuál era el personaje histórico con el que sentía más sintonía.
En ese año de 1558 falleció gran parte de las personas que componían el círculo familiar del rey. Fue un año de continuos velos, lutos y funerales, con lo que ello debió afectar a su sensibilidad hacia la muerte en un joven que había perdido a su madre a los doce años y que había enviudado ya dos veces. Además, hemos visto como Carlos V le dejó como última y sorprendente obligación el buscarle una tumba en una nueva fundación en España, pero no en Granada.
Un año después de la muerte de su tío Juan III de Portugal (hermano de la Emperatriz), murieron sucesivamente una tía (Leonor de Francia, 18.02.1558), su padre (Carlos V, 21.09.1558), la otra tía (María de Hungría, 18.10.1558), su mujer (María Tudor, el mismo día que su primo el cardenal Reginald Pole, 17.11.1558) y, aunque no sea comparable, a los diez días del funeral de su padre (30.12.1558), murió también su perro Salomón (9.01.1559). Sólo 1568 sería un año comparable, con las muertes de Isabel de Valois y el príncipe Don Carlos.
Sin embargo, algo cambió en 1559 su suerte, porque antes de partir hacia España los que murieron fueron sus mayores enemigos: el rey de Francia (Enrique II, su reciente suegro, 10.07.1559) y el Papa (Pablo IV, 18.08.1559). Además, se casó de nuevo con la joven y bella Isabel de Valois (22.06.1559, por poderes) con la que empezaría una nueva y feliz vida en España a partir de febrero de 1560. El Escorial ya no sería sólo la tumba de su familia, sino un lugar de retiro espiritual del feliz esposo con sus dos queridas hijas y don Carlos.
Antes de salir para España, el 15 de julio de 1559 Felipe II desde Gante tomó una decisión trascendental para la arquitectura española: contrató a Juan Bautista de Toledo –entonces en Nápoles– para ocuparse de los proyectos arquitectónicos del monarca. Dos meses antes había mandado a Gaspar de la Vega a visitar edificios ingleses y franceses, lo que confirma la idea de Felipe II de construir un edificio que superara los principales monumentos de estos países o al menos de no quedar por debajo de que lo que viera allí. El 8 de septiembre de 1559, partiendo en barco desde Flandes, Felipe II llega a Valladolid donde le recibieron con la ciudad engalanada y los habituales arcos triunfales.
Pese a la abundante correspondencia que se conserva de Felipe II, apenas se guardan algunas sobre la contratación del arquitecto, y por desgracia ninguna del desarrollo del proyecto con el rey, tan sólo documentación técnica [155]. Tal vez la posible correspondencia entre el rey y su arquitecto se perdiera en el naufragio de la biblioteca de Juan Bautista. Su esposa, dos hijas, libros y documentos viajaron por mar desde Nápoles, pero el barco se perdió –seguramente atacado por los turcos– en una tragedia de la que Toledo nunca pareció recuperarse [156].
Pero veamos en qué quedaron tantas llamadas al «salomonismo» de Felipe II en el Monasterio de El Escorial, el edificio que muchos señalarían como un «nuevo Templo de Salomón». En 1563 comenzó la construcción de El Escorial al estilo clásico romano en una escondida montaña del centro de la Península, que era a su vez el centro espiritual y político del imperio filipino.