7. La génesis de la idea de El Escorial

Antes de seguir, me gustaría hacer una puntualización. Los libros de divulgación sobre el asunto, incluso los aparentemente más serios, suelen basarse implícitamente en dos silogismos que podrían resumirse así: «El Templo de Salomón era un edificio hermético y ocultista. Como en esa época la gente culta estaba abierta a ciertas ideas de origen arcano, el Templo de Salomón pudo estar en la mente de Felipe II y por lo tanto el Monasterio ser un edificio mágico» [157].

El bando contrario tendría este otro silogismo: «El Templo de Salomón era un paradigma del hermetismo y el ocultismo. Dado que Felipe II se oponía totalmente al ocultismo, es imposible que aceptara que El Escorial se basara en el edificio bíblico».

El lector se habrá percatado de que tanto unos como otros se basan en la misma premisa, que ya adelanto considero totalmente falsa. El Templo de Jerusalén, al menos para los hombres del siglo XVI, no era un edificio hermético o mágico. Era la primera casa que –según la Biblia– Yahvé ocupó en la Tierra para vivir entre su pueblo. Y Salomón no era ni mucho menos un mago ni un masón [158], al menos no para los humanistas del siglo XVI, sino que era un prestigioso rey de la antigüedad bíblica, modelo y espejo de sabiduría y prudencia en el gobierno [159].

[157] El argumento está totalmente cogido con pinzas, pero es el que expone literalmente René Taylor (Arquitectura y magia, pág. 11) en la introducción a su libro.
[158] Los libros modernos que hablan de Salomón tienen títulos tan floridos como La verdad sobre el Templo de Salomón, Las Clavículas de Salomón. Libro de magia y El oráculo de Salomón.
[159] La discusión en el siglo XVI estaba más bien en saber cuáles de los libros de la Biblia habían sido escritos realmente por Salomón. El prestigio de la sabiduría de Salomón era tan fuerte que se le atribuían obras difícilmente pudieran ser suyas, como los Proverbia Salomonis (obra recomendada por Erasmo y una de las preferidas por Felipe en su juventud), la Sapiencia, el Eclesiastés y el Cantar de los Cantares. Cfr. M. Bataillon, Erasmo y España, pág. 460.
El Rey Salomón interrogado por la Reina de Saba, fresco de Pellegrino Tibaldi en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial (1586)

Por eso criticaré directamente en los próximos capítulos el engañoso trabajo de René Taylor, que con los años ha conseguido que cuaje entre estudiosos y lectores la idea de El Escorial como un centro mágico. Todavía me parece increíble que un estudio con tan poca base documental sobre el Monasterio y tantas alegres alusiones a un Renacimiento donde todo parece ser mágico y hermético pueda haber calado tanto entre los investigadores de El Escorial.

También valoraré las opiniones que Henry Kamen ha expuesto en su último trabajo sobre El Escorial y el Templo de Salomón, sobre todo porque no entiendo su incapacidad de separar el «salomonismo» bíblico del mundo mágico y esotérico, de ver que hay un Templo de Jerusalén religioso y ortodoxo que encaja perfectamente con la personalidad de Felipe II y con la arquitectura de El Escorial.

En cualquier caso, me gustaría resaltar aquí que, con la excepción del asunto salomónico, su trabajo es muy brillante y novedoso, totalmente imprescindible y –a diferencia del de Taylor– muy riguroso.

[160] J. R. de la Cuadra, «Origins of Salomonism», pág. 173: «Yet on 29 December 1558, at his father’s funeral, Philip hit upon the idea that he needed, and that had perhaps been crystallising in his mind. He would model his father’s tomb on the fore-most example of religious architecture: Solomon’s Temple».
[161] H. Kamen, Enigma, pág. 131.

«Erré al afirmar que la idea de construir El Escorial se le ocurrió a Felipe II en el funeral de su padre. Efectivamente, no hay ninguna base científica para sustentar esta afirmación. Trataré de explicarme mejor en las p´roximas páginas»

Sin embargo, debo reconocer también errores propios. La lectura del texto de Kamen me ha hecho reflexionar sobre hasta qué punto los acontecimientos del funeral de Carlos V pudieron ser la espoleta generativa de El Escorial. Llegué a afirmar que «el 29 de diciembre de 1558, mientras atendía al funeral de su padre, a Felipe se le ocurrió la idea que necesitaba, y que tal vez había ido cristalizando en su mente. Iba a crear la tumba de su padre basándose en el ejemplo más prominente de arquitectura religiosa: el Templo de Jerusalén» [160].

Me temo que, leída esta afirmación años después, la afirmación no tiene bases científicas que la sostengan. Como dice Kamen, es cierto que «no hay ningún documento que sugiera que a Felipe se le ocurrió alguna idea en esos momentos» [161]. Fue un exceso, y reconozco mi error. En los próximos capítulos trataré de explicar cuál fue el proceso de generación de la idea de El Escorial.

7.1. ¿Fueron San Quintín y San Lorenzo los desencadenantes de El Escorial?

La Carta de Fundación señalaba que el Monasterio se dedicaba a San Lorenzo, pero sin incluir directamente la consabida idea de que en su festividad las tropas de Felipe II derrotaron a las francesas en San Quintín. Algunas fuentes de la época lo relacionaron también con la posibilidad de que las tropas arrasaran una iglesia dedicada al santo, por lo que el rey haría un voto a San Lorenzo, aunque esto ya fue discutido por el mismo padre Sigüenza en su época [162].

En esta carta fundacional, firmada por Felipe II el 22 de abril de 1567, cuatro años después del comienzo de las obras, el rey cita como las «consideraciones» por las que se fundó y edificó El Escorial el agradecimiento a Dios por los beneficios obtenidos, por mantener sus Reinos dentro de la fe cristiana en paz y justicia, para dar culto a Dios, para enterrarse en «una cripta» el propio rey, sus mujeres, hermanos, padres, tías y sucesores, y donde se dieran continuas oraciones por sus almas:

  1. Reconocimiento de los «muchos y grandes beneficios que de Dios nuestro Señor habemos rescibido» y «cuánto Él ha servido de encaminar y guiar los nuestros hechos, e los nuestros negocios a su santo servicio».

  2. Por «sostener y mantener estos nuestros Reinos es su sancta Fee y Religión, y en paz y en justicia».

  3. Porque a Dios le agrada que le edifiquen y funden iglesias «donde su sancto nombre se bendice y alaba» y donde los religiosos den ejemplo de fe.

  4. Para que «se ruega e interceda Dios Nuestro Señor por Nos e por los reyes nuestros antecesores e subcesores, e por el bien de nuestras ánimas», según la orden dada por el Emperador «en el cobdecilo que últimamente hizo nos cometió y remitió lo que tocaba a su sepultura y al lugar y parte donde su cuerpo y el de la Emperatriz y Reina, mi señora y madre, había de ser puestos y colocados».

  5. Y para que «por sus ánimas se hagan y digan continuas oraciones, sacrificios, conmemoraciones e memorias [163].

[162] Sobre el famoso voto por haber destruido un convento de frailes de San Lorenzo en San Quintín J. de Sigüenza (Fundación, III.I, pág. 25) comenta: «aunque nunca hizo voto de ello, como algunos, sin saberlo bien, han osado afirmar y sacarlo en público». También A. Bustamante (Octava Maravilla, pág. 11) desmitifica el origen de esta creencia histórica y sobre todo pone en duda la existencia del voto del rey, ya que «no existe tal orden monacal».
[163] Testamento y codicilos. Carta de Fundación, págs. 71-72.

«Según la Carta de Fundación, El Escorial se fundó como agradecimiento a Dios por mantener sus Reinos dentro de la fe, para darle culto y para enterrarse en una cripta donde se dieran continuas oraciones por Las almas de los Habsburgo»

La Carta de Fundación sólo señala más adelante que El Escorial se «fundó a devoción y en nombre del bienaventurado Sact Lorenzo por la particular devoción» al santo del rey y «en memoria de la merced y victorial que en el día de su festividad de Dios comenzamos a recibir» [164]. Como vemos San Quintín no se cita más que indirectamente, tal vez por evitar citar una batalla entre los motivos de fundación de un edificio religioso.

Las guías de visita a El Escorial repiten sin excepción la victoria en San Quintín como causa principal hasta el punto de señalar que, por ganarse en el día de San Lorenzo, el Monasterio se hizo con forma de parrilla, probablemente por el atractivo y simplicidad de la historia.

Sin quitarle importancia a este momento, que se destacó desde entonces como la primera batalla importante que ganó el joven rey, lo cierto es que San Quintín cayó realmente el 29 de agosto, y el 10 de agosto Felipe estaba en Cambrai, a cuarenta kilómetros de la batalla. Ese día sólo fracasó estrepitosamente el ataque francés sobre el cerco.

En una carta a su padre con fecha 11 de agosto el rey escribía: «Mi pesar de estar ausente supera a cuanto Vuestra Majestad pueda suponer». Felipe se sentía observado por el Emperador y por toda la corte, además de por sus enemigos. Ahora era ya rey y era su primera gran batalla, la primera vez que debía probarse a sí mismo y competir con la sombra de su padre [165].

Pero la guerra quedó muy lejos de acabar. Para los franceses la batalla fue una gesta de resistencia ante un ejército muy superior que disuadió a Felipe de continuar hasta París. En el año siguiente se pierde Calais y se vence en Gravelinas, aunque Francia recuperará la plaza como uno de los acuerdos de la Paz de Cateau-Cambrésis en abril de 1559. Autores como Hernández Ferrero creen que la batalla de San Quintín fue de consecuencias más bien modestas dentro del teatro europeo del siglo XVI [166].

[164] Ibídem, pág. 73.
[165] M. Fernández Álvarez, Felipe II, págs. 765-767. H. Kamen (Enigma, pág. 55) hace un emocionante relato de la batalla y del retraso de Felipe, causado por la logística de sus aliados ingleses, pese a lo cual él intentó llegar hasta el último momento antes del día 10: «Y no siendo menester por estorbar el socorro, deveys excusar de darles la batalla hasta que yo llegue, que veremos lo que convendrá hazerse».
[166] J. Hernández Ferrero, Orígenes históricos, pág. 18.

«San Quintín no se ganó el 10 de agosto. Ni siquiera Felipe II había llegado aún a la batalla, que tuvo consecuencias más bien modestas dentro del teatro europeo del siglo XVI»

En realidad, como la batalla no modificó en nada el escenario europeo, el principal rédito que se sacó de San Quintín fue obligar a Francia a firmar una paz duradera con España. El papado, el otro gran enemigo de la corona española junto con el Turco, también tuvo que capitular con España, al perder el apoyo francés.

El duque Manuel Filiberto de Saboya, primo del rey, gobernador de los Países Bajos entre 1555 y 1559, comandante del ejército imperial y fiero combatiente en San Quintín, recuperó su ducado y casó con Margot, hermana del rey francés, y ya en Italia, dedicó una iglesia a San Lorenzo en Turín, su nueva capital. Felipe se casó con la primogénita de Enrique II y Francia dejó de ser un peligro.

El problema es que San Quintín, pequeña ciudad cercana a París (la toma de la capital sí que hubiera justificado el levantamiento de un monumento) y que setenta años antes había sido un pequeño estado flamenco, parece un desencadenante muy pobre para lo que fue finalmente El Escorial. Una obra que comprometió tantos recursos en tiempo y dinero al rey no se pudo construir sólo para agradecer a San Lorenzo esa victoria.

«Asedio de la ciudad francesa de Saint-Quentin por las tropas de Felipe II y Emanuel de Saboya», 27 de julio de 1557 - 10 de agosto de 1557. Vista de pájaro de la ciudad y las posiciones de los sitiadores, con un pie de foto de 14 líneas en alemán. Grabado 210x277 mm. Frans Hogenberg, Serie 2: «Eventos en los Países Bajos, 1555-1558», Colonia, 1566-1572

«En cuanto a San Lorenzo, hoy sabemos que el santo fue decapiTado y que el proyecto original de El Escorial no guardaba ningún parecido con una parrila»

Y en cuanto a la parrilla de San Lorenzo, que según la tradición fue martirizado en una el 10 de agosto del año 258, llegando incluso a pedir que le tostaran del otro lado, hoy sabemos por Attwater que en realidad el santo fue decapitado [167]. Además, como veremos, el proyecto original del monasterio no guardaba ningún parecido con una parrilla.

[167] Ibídem, pág. 13-26.
San Lorenzo y su parrilla en el Monasterio de El Escorial según Pellegrino Tibaldi (1592, Retablo Mayor), Tiziano (1567, Iglesia de Prestado) y Juan Bautista Monegro (ca. 1580, fachada principal).

En mi opinión el señalar para la posteridad de una manera tan directa la fecha de esa batalla tiene mucho de afrenta a los franceses, dejándoles claro que Dios se había puesto de su lado. No en vano, durante algún tiempo Felipe llamó al Monasterio «Sant Lorencio de la Victoria».

Sin embargo, pronto perdió sus resonancias guerreras, probablemente por respeto a la reina Isabel de Valois, hija del rey vencido, y porque el monarca estaba más cómodo en posiciones pacifistas [168].

Algo parecido puede decirse del destacar ante los protestantes que la victoria fue conseguida gracias a la intercesión del santo del día de esa batalla, San Lorenzo, poniendo su nombre al edificio al que se dedicaba [169]. La posibilidad de que los santos pudieran interceder ante Dios por los hombres estaba muy cuestionada por la Reforma protestante. Sin duda fueron gestos de los que se sacó gran provecho propagandístico para la causa católica.

Esta idea del apoyo divino, tan típicamente providencialista en Felipe II, se acabó convirtiendo en un eslogan para turistas, con lo que perdió todo su empaque. Pero ya he señalado más arriba que el agradecimiento a Dios por esta victoria no justifica por sí sólo el levantamiento de un complejo tan costoso como El Escorial. Por contra, creo que esa idea unida a la construcción de una tumba para la familia de Carlos V sí que lo justifica.

[168] Carta del prior jerónimo de 17 de junio de 1561 en respuesta a otra del rey de 16 de abril; un documento de 1562 también lo llama «della Victoria» (cfr. J. Sáenz de Miera, Obra insigne, pág. 29). El sobrenombre de «Sant Lorenço el Real» fue sugerido por el secretario Hoyo en una carta al rey de febrero de 1563, de acuerdo con el prior, el padre Huete, por «algunos respectos», lo que fue aceptado por Felipe II (ibídem, pág. 30).
[169] Hay que tener clara una distinción, los católicos sólo adoran a Dios. Adoración consiste en someterse completamente a un ser, considerándolo como cosa divina. Por lo tanto, este culto se debe sólo a Dios. Por otra parte, veneran a la Virgen, los Ángeles y los Santos. Veneración consiste en rendir homenaje a una persona por algún mérito especial. El Catecismo Cristiano respecto a la intercesión dice: «957: Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad […] no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra […] Su solicitud fraterna ayuda pues, mucho a nuestra debilidad.» Los protestantes, por contra, afirman que es pecado de idolatría pedir a alguien que no sea Cristo que interceda por nosotros, ya que Él es el único mediador entre Dios Padre y los hombres.

7.2. Agradecimiento a Dios vs. tumba familiar: Fe y dinastía

El motivo por el que Felipe decidió unir el deseo de su padre con el suyo propio del agradecimiento a Dios por los favores recibidos en las primeras batallas en el mismo edificio es algo a lo que nadie parece haber dado demasiada importancia. Perfectamente podría haber levantado dos edificios diferentes, lo que le hubiera permitido explayar su afición a la arquitectura.

Estoy convencido de que el monasterio dedicado a San Lorenzo hubiera sido mucho más modesto que su tumba familiar, pero nunca lo sabremos con certeza. Creo que el destacar el agradecimiento al Señor a través de San Lorenzo se usó para dejar claro que El Escorial era un edificio levantado en honor a Dios, aún más, como Casa para Dios [170].

Así, las tumbas –humildemente escondidas bajo el altar hasta la construcción del Panteón en el siglo XVII, pero con unos espectaculares cenotafios adorando al Sagrario– y el palacio privado –con también humildes acabados, pero con unos espectaculares oratorios ante el altar– se subordinaban al Templo, única parte de El Escorial decorada con mármoles polícromos, participando tangencial pero no directamente de su grandeza.

Veamos cómo la cronología puede ayudarnos a centrar el asunto:

  • 2 jul. 1557: Felipe II hace testamento en Londres para enterrarse en la Capilla Real de Granada, como sus abuelos paternos.

  • 10 ago. 1557, San Lorenzo: fracasa el ataque francés al cerco de San Quintín.

  • 27 ago. 1557: asalto y victoria de San Quintín; Felipe II llegó el día 15.

  • 21. sep. 1558: Carlos V fallece en Yuste tras dictar un nuevo codicilo [171]

  • 8 dic. 1558 (aprox.): Felipe II se entera en Grunendal del fallecimiento de su padre.

  • 29 dic. 1558: Exequias de Carlos V; sermón de Richardot sobre el Templo.

  • 3 abr. 1559: Paz de Chateau-Cambresis; Francia recupera San Quintín.

  • 15 jul. 1559: cédula desde Gante nombrando arquitecto a Juan Bautista.

Es decir, que desde la Batalla de San Quintín en 1557 hasta la contratación del arquitecto en 1559 pasaron cerca de dos años. Sin embargo, desde el conocimiento del fallecimiento del Emperador hasta esa contratación sólo pasaron poco más de seis meses, tiempo en el que debió sopesar las diferentes opciones que tenía. ¿Por qué tardó tanto en cumplir su deseo de conmemorar la festividad de San Lorenzo y tan poco en cumplir el deseo de su padre?

[170] Para el mundo contrarreformista del XVI la dedicación a Dios de un Templo se unía a la de algún santo concreto, como medio de intercesión ante el Señor. Otra vez el padre Sigüenza tiene que defender la postura católica frente a la protestante: «Se consagran iglesias no solo a Dios, sino también a algún santo particular [...] Dicen los herejes que ésta es idolatría, pues la consagración de los templos no es otra cosa sino una adoración latría, que solo se debe a Dios y no a ninguna criatura». Sigüenza diferencia así los templos de las basílicas: «Sólo advierto que hay mucha diferencia entre estos dos nombres: templo, basílica; y los que leyeren con atención los santos Concilios verán que hacen mucha distinción entre ellas cuando hablan apretadamente, aunque algunas veces usen de ellas con indiferencia hablando de una misma casa o edificio sacro. Templo llaman con propiedad y con fuerza en cuanto se levanta y consagra para hacer sacrificio a Dios, y los sacrificios a Dios sólo se hacen, y no a ninguna criatura; pero esta misma fábrica o capilla se llama basílica en cuanto se ordena para ornato y reverencia de las reliquias de algún santo o para conservar y venerar su memoria y sus imágenes, y que allí le honren como a tal, y le rueguen y supliquen les sea intercesor y abogado delante del Señor. Porque este nombre, basílica, no dice respeto a sacrificios pues aun los palacios de los Reyes se llaman basílicas, y de allí se tomó el nombre, como lo advierten nuestro Doctor de España San Isidoro (Ethimol., lib. 15, cap. 15) para significar los templos e iglesias de Dios y de sus santos, que, como grandes y soberanos príncipes, reinan con Cristo» (Historia, III.XVIII, p. 231).
[171] V. Cadenas, Carlos V en Yuste, págs. 149-150. El Codicilo dictado por el Emperador Carlos en Yuste a su secretario Martín Gaztelu el 9 de septiembre, señalaba sus condiciones: : «[...] su majestad ha hecho y otorgado su testamento ante Francisco de Eraso [...] en seis días del mes de junio del año que pasó de 1554 [...] quedando el dicho testamento en todo lo demás, excepto en lo que en este codicilo será declarado [...] en una cláusula del dicho mi testamento, decía y declaraba que, do quier me hallase cuando Dios Nuestro Señor le pluguiera de me llevar de la presente vida, que mi cuerpo se sepultase en la ciudad de Granada [...] tengo por bien de remitillo, como lo remito, al rey, mi hijo, para que él haga y ordene lo que sobre ello le pareciere, con tanto que, de cualquier manera que sea, el cuerpo de la emperatriz y el mío estén juntos [...] Otrosí, ordeno y mando que […] se haga una fundación por las ánimas de ambos y de mis difuntos».

«¿Por qué decidió Felipe unir el deseo de la tumba de su padre con el suyo propio del agradecimiento a Dios en un mismo edificio? ¿Por qué tardó tanto en cumplir su deseo de conmemorar la festividad de San Lorenzo y tan poco en cumplir el deseo de su padre?»

«El sueño de Salomón», reproducción de Luca Giordano (ca . 1694) del fresco de una de las bóvedas del antecoro de la basílica de El Escorial. Óleo sobre lienzo, 245x361 cm, Casón del Buen Retiro (Madrid).

Mi sensación es que el rey no sólo entendió perfectamente el párrafo del ser­món que Richardot le dedicó directamente a él («comme Salomon aprés le trespas du pere, edifia & dedia ce beau temple en Hierusalem: ainsi, que Vostre Majesté Roiale, après luy, emploieroit ses biens, & ses forces, pour estançonner les ruines du vrai temple de Dieu, qu'est l'Église»), sino que debió impresionarle y hacerle reflexionar sobre exhortaciones parecidas que había recibido en España, Inglaterra y Flandes.

Él, que había sido ya retratado como un nuevo Salomón en Gante, cuajaba por fin la idea que le permitía, en un mismo edificio, cumplir su deseo de agradecer a Dios su victoria de San Quintín, enterrar con la dignidad de un Emperador a su padre y construir –como primero hizo Salomón– un Templo a Dios que sirviera como modelo a la nueva iglesia que se estaba refundando.

La decisión de cómo enterrar a su padre ya no podía demorarse más y, en reali-dad, ya tenía buenas ideas de por dónde empezar. Solo necesitaba un arquitecto que empezara a plasmar todas sus intenciones sobre el papel. Por eso el programa de El Escorial es tan complejo, y por eso es tan difícil ser reduccionista con sus intenciones [172].

[172] H. Kamen (Enigma, pág. 15) señaló que en España sólo las catedrales podían compararse con el proyecto de El Escorial, «construidas con lentitud, generación tras generación». Las órdenes religiosas levantaron en la Edad Media sus sueños militantes en Guadalupe o Montserrat en una época de intensa actividad constructiva, mientras que la nobleza sólo levantó castillos para alejar a sus enemigos, pero su «visión no abarcaba el sueño de erigir edificios eternos consagrados a Dios».

«La idea de agradecer a Dios su victoria de San Quintín y enterrar con dignidad imperial a su padre en un mismo Templo, que sirviera como modelo a la nueva iglesia que se estaba refundando, hizo que el programa de El Escorial fuera MUY complejo. Por eso es tan difícil ser reduccionista con sus intenciones»

Kamen también cree que la génesis de la idea de construir El Escorial fue un proceso ascendente que arranca en los estudios de arte y arquitectura del joven príncipe Felipe, se consolida con su contacto con la arquitectura renacentista europea en Milán, los Estados Alemanes, Inglaterra y los Países Bajos y se concreta tras la batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1557, que hace a Felipe reflexionar sobre los favores dados por Dios en esa batalla y busca agradecerlos con la construcción de un monasterio sin demora [173]. Señala también que es falso el que Felipe II quisiera hacer un panteón real.

Una tumba real en esa época no se entendía en otro lugar que en una lujosa capilla o, mejor, en un gran templo. Carlos V dejó claro en su último testamento del 7 de septiembre de 1558 que no quería una capilla ni una catedral, como en su momento previó en Granada junto a sus padres y abuelos, ciudad que ahora rechazaba explícitamente. Quería una fundación, un edificio creado ex-novo [174].

Los Habsburgo, a base de matrimonios y no de conquistas, se habían convertido en la mayor dinastía europea de la época: unían bajo su corona Borgoña, Austria, los Países Bajos, Aragón, el sur de Italia y Castilla, que había recuperado Granada y descubierto América. Y Carlos V había sido además Emperador de Alemania.

Una figura tan importante no podía enterrarse en una capilla en Granada junto a los reyes de Castilla y Aragón, o con los antepasados borgoñones en Dijón, o con su abuelo Maximiliano en Innsbruck. Lo cierto, es que justo antes de morir, Carlos V cambió de opinión y dejó la decisión en manos de su hijo, con la única condición de que fuera un edificio de nueva construcción. Sin duda, un reto para un gran amante de la arquitectura como lo era Felipe II.

[173] H. Kamen (XL Semanal, pág. 53): «lo que quería el monarca, en realidad, era dar gracias a Dios por una victoria en otro país. La primera reacción personal a la batalla, por parte tanto de Felipe como del duque de Saboya, fue el reconocimiento de que se había tratado de una gracia concedida por el Creador. Ninguno de ellos se demoró, pues, en demostrarle su gratitud». En realidad, se demoró seis años. En cuanto al Panteón, supongo que se refiere a que no quiso hacer el actual Panteón, porque la Carta de Fundación deja muy claro que quería que uno de los fines principales de El Escorial sería hacer una tumba para su dinastía.
[174] A. Bustamante (Octava maravilla, pág. 31) apuntó también certeramente que ningún rey español anterior acometió nunca un proyecto semejante a El Escorial. Yo añadiría que lo único comparable fue el programa que Carlos V acometió en Granada tras el nacimiento de Felipe en 1927, ciudad donde había pasado su luna de miel. Allí construyó un nuevo palacio en el recinto de la Alhambra y la gran catedral junto a la tumba de sus padres y abuelos, comenzada en 1528, y prevista inicialmente para su propia tumba. Con la traza de El Escorial acabada y poco antes de la colocación de la primera piedra, Felipe II fijó en 1561 la capital del Reino en Madrid, un lugar donde al rey le gustaba ir de caza. La villa estaba estratégicamente situada en la sierra de Guadarrama entre Valladolid y Toledo, las anteriores capitales, y muy cerca de las principales residencias reales y sus fincas de caza: el mismo Escorial, El Pardo, La Granja, Valsaín, Segovia y Aranjuez.

7.3. La «interesada» adoración perpetua a Dios junto a la tumba familiar

Felipe II dejó bien claro que quería además que en los actos fúnebres se hiciera adoración perpetua a Dios, es decir que continuamente y a todas horas se hicieran misas de difuntos adorando a Dios, presente en el Sagrario en la Hostia Consagrada, pidiendo al Altísimo por las almas de los allí enterrados. Se reza a Dios, pero se reza también por el alma de los difuntos.

El Escorial entero está vertebrado en torno al Templo y las tumbas reales: la Basílica-tumba concebida como un todo único, inseparable, en un único espacio arquitectónico donde el Templo se construye sobre las tumbas, que a su vez dan sentido al Templo. Estas sutilezas y finalidades circulares se repiten constantemente en El Escorial. Felipe II quiere levantar la mejor de las tumbas, por lo que levanta simultáneamente el mayor de los Templos, mezclando las dos ideas: una tumba junto a la Casa de Dios, un Templo junto al panteón familiar.

Esa misma cuidada –e interesada– ambigüedad la encontraremos también en el dormitorio real. Felipe II quiere un aposento austero, pero construye a su lado un lujoso y costosísimo oratorio que le permite disfrutar de la ornamentación del magnífico Templo a pocos metros de su cama, aprovechándose de que su religiosidad y su pía beatería no sólo se lo permitían, sino que quedaban ensalzadas. El lujo de la celda del prior es una muestra interesada de ese contraste.

A partir de ahí surgen otras necesidades. ¿Cómo conseguir la adoración perpetua al Sacramento, al mismo Dios presente en el Templo? Con la incorporación de un monasterio de la Orden Jerónima, comunidad muy afín a la Corona, cuya misión principal fuera la realización de esas continuas misas de difuntos [175]. En realidad, era una solución muy ensayada por los reyes castellanos, como demostró Chueca, y era una misión a la medida de esta orden.

[175] J. M. Barbeito («Casa eterna», págs. 111 y ss.) también ha defendido las influencias de los monasterios de Yuste, Poblet, El Parral, Guadalupe y San Isidoro, el panteón de los Reyes Nuevos en la Catedral de Toledo y la Capilla de los Reyes Católicos en la Catedral de Granada, hasta los hospitales Real de Granada, Santa Cruz de Toledo y el de Santiago de Compostela, así como del Alcázar de Toledo.

«Los restos del personaje fallecido no quedan nunca solos, les rodea la comunidad orante que ruega por ellos»

Planta del convento de Sta. María de la Sisla, en Toledo (1384), donde se retiró el Emperador tras fallecer Isabel de Portugal.

San Juan de los Reyes, en Toledo (1476), patrocinado por Isabel la Católica con la intención de convertirlo en mausoleo real.

No debemos ver los palacios monacales como aditamentos a los monasterios, sino como parte integrante y fundamental de los mismos, «fundidos, o mejor confundidos, en una totalidad político-religiosa». Se trata hasta cierto punto de confundir la vida mundana y transmundana y de enterrarse en el mismo techo donde se ha vivido. El contenido funerario de estas fundaciones es fundamental para su comprensión: «El monasterio es una fórmula para dotar a las tumbas de un servicio activo. Los restos del personaje fallecido no quedan nunca solos, les rodea la comunidad orante que ruega por ellos» [176].

[176] F. Chueca, Casas reales, p. 11 y 39. Para Chueca, en las primeras trazas de El Escorial los edificios que daban a poniente eran más bajos y sólo ya comenzadas las obras se duplicó su altura, por lo que «comprenderemos como la primera idea aproximaba más todavía el edificio a un monasterio tradicional». Dado que el monasterio tradicional disimétrico contradecía los ideales de composición del Renacimiento hubo que «buscar un expediente para que, salvando las disposiciones tradicionales, éstas se complementaran, hasta formar un todo simétrico, con otras añadidas [...] encerrando todo el conjunto dentro de un cuadro, como si se tratase de un gigantesco alcázar».

7.4. ¿Pero porqué el Templo de Salomón?

La totalidad de los cronistas escurialenses compararon a ambos reyes desde la década de los ochenta hasta mucho después después de la muerte de Felipe II [177]. El mismo padre Sigüenza, tras sus numerosas referencias al «salomonismo» de El Escorial vertidas en su Historia del Monasterio (1600), cinco años después publica una Descripción de El Escorial en el que dedica el capítulo XXII completo a marcar las diferencias con el Templo de Salomón, especialmente en el aspecto presupuestario: «La comparación y conferencia de este templo y casa con otros edificios famosos, principalmente con el templo de Salomón» [178]. Re­ferencias análogas se encuen­tran también en los escritos de Al­me­la, Porreño, Santos, Xi­mé­nez y Caramuel.

Creo que Felipe II quería subrayar con la utilización del esquema arquitectónico del Templo bíblico que la presencia real de Dios en las iglesias a través de la Eucaristía no fue una invención de Trento, sino que en la Biblia se mostraba que se puede adorar a Dios en su propia Casa en la Tierra, que su presencia en los templos no era sólo simbólica como propugnaban los protestantes.

En un biblista amante del Antiguo Testamento como era Felipe II no fue en absoluto extraño ese intento arcaizante de vuelta al pasado de intentar tomar como modelo arquitectónico la primera Domus Dei [179].

Buscar otras interpretaciones a la elección del Templo de Salomón no solamente es ignorar la interpretación más obvia, sino que no encaja en absoluto con la personalidad obsesiva con la religión y el providencialismo de Felipe II, suficien­temente demostrados a estas alturas.

[177] En otro artículo («El Escorial en la literatura») he tratado el asunto de las crónicas en profundidad, y a él me remito para no alargarme innecesariamente. Destacaba el prólogo del Vitruvio de Juan Gracián (1582), dedicado a Felipe II: «otro Salomón y príncipe de los architectos», anterior a la colocación de las estatuas de David y Salomón; Diego Pérez de Mesa, Grandezas y cosas memorables de España (1590): «edificio y templo que parece imitacion, de aquel que fundó el sa­bio Rey Salomon en la santa ciudad de Hierusalem»; Paolo Morigi, Historia brieve (1593): «lo possiano pareggiare in ogni sua nobil parte a quel gran che fece fabricare il gran Rè Salomone in Gierusalemme». Tras la muerte del rey también establecerán comparaciones, de una y otra manera: ya vimos como A. Cabrera (1598) repitió la frase de Gouda en el funeral de Felipe II: «Salomón, aquel celebratissimo Rey, con quien lo comparo, y aun con un Plvs Ultra, diciendo "Ecce Plus quan Salomon hic"», José de Sigüenza (Descripción, IV.XXII, 1600), que desde su puesto de nuevo bibliotecario de El Escorial dedica al asunto un capítulo completo y continuas referencias; fray Jerónimo de Sepúlveda, Historia de varios sucesos (1603); el Thesoro de Covarruvias (1611); fray Juan de Salazar, Política Española (1619); Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II (1619); Baltasar Porreño, Dichos y hechos (1628); el anónimo Estebanillo González (1640); Baltasar Gracián, El criticón (1651); y Caramuel, Arquitectvra recta y obliqua (1678).
[178] Y es que la polémica por este asunto iba en aumento, ya que comienzan a surgir críticas hacia el fuerte aumento de gastos que el rey Felipe impuso a sus súbditos, en las que El Escorial debió verse como una suntuosidad innecesaria para la crisis del fin del siglo. Como por ejemplo podemos leer en un sermón de esa época del padre Luis de Azevedo (Marial, pág. 111): «Quando el Rey David quiso hazer un templo donde Dios morase, junto gran suma de riquezas de oro, plata, piedras preciosas [...] los principales del pueblo de Israel, de ver tanta suma de oro y piedras preciosas, decian que con aquel caudal se podian hazer muchos templos, como dezimos aca en Hespaña del templo sumptuosisimo de San Laurencio el Real del Escorial».
[179] Ya he señalado antes que los protestantes no comparten la idea de que Dios vive en las iglesias a través de la Eucaristía. Los católicos se apoyaban en el Antiguo y en el Nuevo testamento para defenderlo: Éxodo 25:8 «Y que hagan un santuario para mí, para que yo habite entre ellos. 29:45 «Y habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios». Levítico 26:11 «Haré mi morada en medio de vosotros, y mi alma no os aborrecerá». Ezequiel 37:27 «Mi morada estará también junto a ellos, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». Ezequiel 48:35 «La ciudad tendrá dieciocho mil codos en derredor; y el nombre de la ciudad desde ese día será: el Señor está allí». Juan 14:23 «Jesús respondió, y le dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada». 2 Corintios 6:16 «Porque nosotros somos el Templo del Dios vivo, como Dios dijo: habitaré en ellos, y andaré entre ellos». Apocalipsis 21:2-3 «Y vi la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, que descendía del Cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, la morada de Dios entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos».

«Algunos escritores se empeñan en manipular personajes, atacándolos con fines ideológicos para relacionarlos con el mundo actual»

A nadie se le ha ocurrido hacer una interpretación di­ferente de la biblista a la sig­nificación salomónica de la Capilla Sixtina. Ha bastado con el encuentro de una inscripción de uno de sus arcos comparan­do a uno de sus promotores con Salomón y la aceptación de la prueba empírica más clara –sus medidas guar­dan la misma proporción que las del Templo bí­bli­co– para admitir la hi­pó­tesis.

Pero nadie ha buscado inter­pre­ta­ciones mágicas en las ima­ginativas composiciones de Miguel Ángel en sus paredes y techos. Nadie ha con­fundido a Nicolás V, Six­to IV o Julio II con amantes de la magia o precursores de la masonería por inspirarse en el Templo de Salomón.

Bueno, que «nadie» lo haya hecho realmente es muy difícil de asegurar, porque algunos escritores de libros divulgativos o científicos son muy atrevidos y se dejan tentar demasiado por sus fanta­sías y sus ganas de pasar a la posteridad. Y a veces incluso por sus empeños de que determinados personajes parezcan ser lo que les gustaría que fuesen, para sus particulares vendettas con la Historia o con la Religión, atacándolos en una inútil ideologización que pretenden trascender al mundo actual.