Antes de que al príncipe Felipe se le comparara con el rey Salomón por su prudencia y su actividad constructora, a Carlos V se le había equiparado insistentemente con el guerrero David [30]. Sin embargo, en esa época de erudición clásica y bíblica donde abundaban grandes humanistas, los intereses panegíricos de los Habsburgo apuntaban más bien a los emperadores de la Roma, a la Grecia clásica y a la época dorada del Imperio Germánico.
Pero ese era el mundo pagano, difícil de conciliar con el cristianismo. La fama de Carlos V como héroe religioso debía pasar por la exaltación de la idea de «príncipe virtuoso», de grandes virtudes cristianas.
El esplendor de la antigua Roma sólo había sido alcanzado por los Reyes de Judá, especialmente por David y Salomón, que gobernaron un potente reino formado por las trece tribus de Israel y Judá, con diferentes razas y religiones, unificándolos en torno al Templo de Jerusalén.
Salomón realizó una importante labor de unificación religiosa. En el rey David y su hijo Salomón confluyeron un conjunto de tribus nómadas muy diferentes. Mientras las tribus israelitas del norte adoraban al Arca de la Alianza donde Yahvé guardaba las Tablas de las Ley, los jebuseos del sur adoraban a su Dios desde Sión, el monte más alto de su territorio.
El rey consiguió unificar el culto religioso de sus territorios, con el poder político que ello le confería como cabeza política y religiosa del Estado. La Biblia relata, con la clara intención de dotar de autoridad al edificio, cómo el mismo Dios, explicó, diseñó –e incluso delineó– los planos del Templo, que entregó de su propia mano al rey David [31], aunque por su pasado guerrero lo construyó el pacífico Salomón [32].
Pero veamos cómo se forjó la fama de Carlos V como un nuevo David [33]. En 1515 el emperador Maximiliano nombró a su nieto de quince años como Duque de Borgoña y gobernador de los Países Bajos al cumplir la mayoría de edad. En un manuscrito sobre la Joyeuse Entrée de Brujas de ese mismo año, se representó a Carlos en el trono de Salomón entre cuatro pilares de oro, rodeado de consejeros, referencias que veremos repetidas cuarenta años después con su hijo Felipe.
Encima de ello se dibujó una alabanza a Dios «que en el día de Dios envía al hijo de David para reinar sobre su pueblo». Carlos aparece a las puertas de una idealizada Jerusalén, alusión a la antiguamente próspera Brujas, entonces en decadencia, donde tres ángeles le reciben con las llaves, el escudo y la corona del reino de Jerusalén [34].
Comparaciones similares se dan en el manuscrito Salomonis tria officia ex sacris derupte navigation Caroli Imperator, sobre la partida de España hacia el Imperio en 1521 donde aparecen David y Salomón junto a Carlos y se recuerdan sus episodios más famosos de la Biblia [35], y en el Gestorum Caroli Quinti (Bruselas, 1531), manuscrito que hace patente la similitud entre las casas reales de Carlos V y David, subrayando los paralelismos de cada acontecimiento de la vida de Carlos V con David o Cristo [36].
La Historia de Carlos V de Pedro Mexía (sin ed., 1551) también recordaba cómo tanto David como Carlos V había tenido que reinar por el cúmulo de muertes familiares. Mexía también justificaba las ausencias en Castilla del Emperador comparándolas a las que David debió tener para defender su reino y comparaba las victorias de Carlos V contra Francia con la de David sobre Goliat [37].
Al final de su reinado le dedicaron una edición de los Salmos en Lovaina, «que no se debían dedicar sino a otro David». El Emperador era un gran devoto de los Salmos –que se suponían escritos por David– y en sus últimos años en Bruselas y en el monasterio de Yuste pasó mucho tiempo leyéndolos [38]. ¿No es lógico que Felipe se inspirara también en Salomón teniendo a David como Padre?
Pero a Carlos no sólo le comparaban con las virtudes del rey David. También le advirtieron de que debía evitar el convertirse en un rey guerrero como el monarca bíblico. Erasmo de Rotterdam lo hizo explícitamente en 1516 en la introducción del Institutio principis christiani, donde advertía a Carlos de que Dios prohibió a David «que le construyese un templo sólo porque era sanguinario, es decir guerrero. Para construirlo eligió al pacífico Salomón» [39].
Erasmo da al Templo el sentido de la unión de los cristianos en una única Iglesia y aconsejaba al príncipe buscar la sabiduría: «aquella sabiduría que los príncipes deberán intentar obtener, la única que, después de desdeñar las demás cosas, deseó Salomón, el más prudente adolescente». Bataillon señaló que la Institutio principis «fue traducida al castellano por Bernabé Busto, maestro de los pajes de su majestad, para que la leyese el Príncipe Don Felipe», según dejó escrito en 1532 [40].
La Educación del príncipe cristiano fue escrita por Erasmo como réplica a El Príncipe de Maquiavelo (1513) tras ser nombrado consejero de Carlos en la corte de Bruselas. La monarquía que soñaba Erasmo supone un contrato tácito entre el príncipe y sus súbditos. Reinar consistiría en mantener la justicia en el interior del reino y mantener la paz con las naciones vecinas.
Podemos considerar continuadores de esta obra el Libro áureo de Marco Aurelio (Sevilla, 1528) y el Relox de príncipes (Valladolid, 1529) de fray Antonio de Guevara, dedicados también a Carlos V, del que fue predicador real, redactor de discursos oficiales y miembro del Consejo.
Imágenes parecidas se pueden encontrar en el principal adversario del Emperador: el humanista francés Guillaume Budé, en la dedicatoria de su manuscrito Institution du prince al rey Francisco I, presentaba a Salomón como modelo de sabiduría e inspiración para cualquier soberano justo de Francia [41].
No sería el único. Francisco de Monzón, capellán del rey de Portugal, escribió su Espejo del Príncipe christiano (Lisboa, 1544) dedicado a Juan III, hermano de la emperatriz Isabel y tío de Felipe II. Salomón no sólo es un rey sabio, sino que su actividad constructora servía también como aglutinante de las voluntades de sus súbditos. Monzón describe ampliamente el Templo de Jerusalén, desarrollando la tesis de que el Templo debe ser un ejemplo y precedente para los reyes cristianos [42]. Así, presenta a Juan III como un nuevo Salomón por sus iglesias y monasterios, que sumadas superaban al famoso Templo, elogiando a Lisboa como una nueva Jerusalén:
«[...] hago comparación entre Salomón y el rey don Juan tercero nuestro señor / por cuando no ser menos su magneficencia que la que hemos contado de Salomón [...] Encaresciasse y con mucha razon la grande piedad de Salomon en hazer aquel magnifico templo [...] pero que diremos que en toda Portugal no aya yglesia ni monesterio [...] que no aya sido edificado a expensas reales y assi ay muchos templos en Africa, en las Yndias y en todas las insulas de nauegacion [...] y no hay dubda sino que si se juntasse todo el valor desto que excederia al valor de los vasos y ornamentos de Salomon» (fols. 180v y 183) [43].
Felipe II tendría su propia Institucion de un rey christiano (Felipe de la Torre, Lovaina, 1556) nada más llegar al trono, pero será mejor verla más adelante dentro del ambiente de salomonismo que se gestó en esa época en los Países Bajos. El escritor aragonés, sospechoso de simpatizar con los protestantes, fue maestro de la Universidad de Lovaina, donde formó parte un grupo capitaneado por Pedro Jiménez, junto con otros erasmistas como Fox Morcillo, Juan Páez de Castro, Fadrique Furió Ceriol y fray Julián de Tudela. Aunque fruto de unos años donde veremos comparaciones parecidas más adelante, es interesante encontrar en Erasmo un origen común a todas ellas [44].
La cadena seguiría al menos dos generaciones más. Al año siguiente de la muerte de Felipe II, el profesor y predicador jesuita Juan de Mariana (1535-1624) publicó su famosa De rege et regis institutione, que había preparado por encargo de García de Loaysa, preceptor de Felipe III, cuando éste era príncipe. Fue uno de los libros más discutidos y escandalosos de la época, por lo que llegó a conocer la cárcel. En ella, elogiaba a diversos tiranicidas, lo que le granjeó numerosas simpatías entre los rebeldes de los Países Bajos.
El padre Mariana subrayaba la sumisión del rey a las leyes del reino, una idea típicamente erasmista. En su capítulo sobre las obras públicas que debería acometer un rey para que «los que están bajo su autoridad vivan con la mayor felicidad posible», recuerda a Felipe III como su padre se había comportado como un nuevo Salomón en su actividad constructora: «Entre los judíos siguió estos preceptos Salomón, que invirtió todos los tesoros del imperio en edificar un templo muy suntuoso [...] Entre nosotros se ha hecho acreedor a la mayor alabanza nuestro gran rey Felipe II» [45].
Probablemente una de las primeras compras de un libro del príncipe, a la temprana edad de doce años, fue precisamente Las guerras judías de Josefo [46], del que existía edición castellana desde 1492. Entre los primeros libros que compró posteriormente, guiado por sus primeros maestros, había mucho donde leer sobre el Templo de Jerusalén, como señaló el mayor especialista en la formación y en la biblioteca de los Habsburgo españoles, José Luis Gonzalo [47].
No me quiero extender mucho en un asunto tan perfectamente desarrollado por este autor, pero sí me gustaría destacar que el príncipe Felipe tenía libros como Le livre des merveilles du mond de Jean de Mandeville, con una buena descripción de los Santos Lugares y de Tierra Santa, el Dictionarivm trilingve de Sebastián Münster, de donde aprendería algunas nociones de hebreo, el Liber chronicarum de Hartman Schedel, con ilustraciones de Jerusalén y plantas de los Templos de Herodes y de Ezequiel, el Commentariorum in Ezechielem Prophetam de San Jerónimo comentada por Erasmo, y las Postillae de Nicolás de Lira, con su elegante planta del Templo de estilo medieval.
También tenía los Comentarios a Ezequiel de Ricardo de San Víctor, con unos interesantes esquemas gráficos de las diferentes partes del Templo, el Laudes Hierusalem de Charles Bovelle, el Terrae Sanctae descriptio de Jacob Ziegler y Wolfang Vuessenburg, la Biblia Hebraea, Chaldaea, Graeca & Latina, dos ediciones del Diccionario de nombres bíblicos de François Vatable y Robert Estienne y el Libro de Retratos de François Frellón, con grabados de Hans Holbein.
No se trataba de un interés particular de sus maestros, sino una «materia de interés general en la Cristiandad, siempre obsesionada por la recuperación de Jerusalén y los Santos Lugares, bajo dominio otomano». Gonzalo concluye con la imposibilidad de que se niegue el desconocimiento del Templo por parte de Felipe II y de que no se viera influido por la mitología en torno al mismo [48].
A mí me gustaría ser mucho más contundente: sería de agradecer que algunos de los historiadores críticos con la posibilidad de que El Escorial evoque el Templo de Jerusalén hubiera hojeado alguno de estos libros para interesarse por la imagen real del Templo, que parecen desconocer por completo. Está claro que Felipe, desde niño, tenía muchísima más información sobre el asunto que ellos.
También debemos destacar la falta de homogeneidad de las soluciones arquitectónicas que ilustran los textos, algo a lo que volveremos más adelante. Se deben, en mi opinión, a dos razones: la dificultad de trasladar a un plano descripciones puramente literarias (con varias fuentes e idiomas diferentes) y que los que realizaron esas primeras reconstrucciones eran hábiles grabadores guiados por teólogos, y no arquitectos experimentados. La arqueología de los Santos Lugares, por otra parte, era imposible en la práctica y sólo podía sustituirse por las crónicas de los peregrinos.
Empezaré por aclarar el significado del término «salomonismo». Un conocido estudioso sobre Felipe II ha querido ver en esta palabra el nombre de algún tipo de «culto», probablemente ocultista, masón y hasta new-age, del que Felipe II podía ser un «creyente devoto» [49].
En realidad, es una expresión muy usada por numerosos autores para explicar el ambiente de ese «biblismo» concreto que acompañó al entorno de Felipe durante su estancia en los Países Bajos [50]. Con esta expresión se define una manera de actuar que toma como modelo al rey Salomón. Señala por tanto a personas justas, sabias, equitativas y no extremistas, así como a constructores de grandes templos dedicados a Dios. Se habla también de una «decisión salomónica» cuando se busca la equidistancia entre dos posturas.
En mi caso, define un «salomonismo» exégeta, entendido como una manera de usar la historia bíblica de Salomón como modelo para reyes y vasallos. Las analogías bíblicas y mitológicas se tomaban muy en serio en aquella época y se usaban de forma indirecta para ensalzar o denostar personajes, argumentos o corrientes políticas. Así debemos entender las continuas referencias a Felipe II como un nuevo Salomón para justificar la abdicación de Carlos V, para señalarle la importancia de un gobierno «prudente» apoyado en los ministros y consejeros más que en la autoridad real, y para motivarle a reconstruir la unidad de la Iglesia.
Un segundo episodio de «salomonismo» se dio en España a partir de la publicación de la Biblia Regia de Arias Montano en 1576 [51] y de la colocación de las estatuas de los Reyes de Judá en la fachada de la Basílica de El Escorial en 1584, que desembocó en la publicación de Villalpando sobre el Templo de Salomón en 1595 y en una fuerte polémica entre los que defendían las fuentes hebreas de la religión cristiana y los que sospechaban por judaizantes de los primeros. La colocación de las estatuas debe verse como un apoyo explícito del rey a la Biblia Regia, a Montano, al biblismo y al humanismo erasmista.
Hemos visto que Felipe II conocía muy bien la descripción del Templo a través de su primera biblioteca privada. También Villalpando relata como el propio rey, ya anciano, pero demostrando que le resultaba familiar esta cuestión, sugirió al jesuita modificaciones relativas a la arquitectura del edificio bíblico [52].
De alguna manera, este ambiente fue semejante al «milenarismo» que había acompañado a la corte castellana desde medio siglo antes. En el cambio de siglo, desde aproximadamente 1490, Fernando el Católico uso argumentos milenaristas para reunir nobles en torno suyo para conquistar Granada, que podrían terminar arrebatando los Santos Lugares al turco. Crisóbal Colón también estaba convencido de que el descubrimiento de la nueva ruta hacia Oriente sería el prólogo para la recuperación de Jerusalén en una nueva cruzada, argumento con el que trataba de seducir a los Reyes Católicos.
Carlos V, que nació en 1500, justo con el medio milenio, se benefició de esta esperanza milenarista para la consecución del título imperial y para justificar la conquista de América y la conversión de los indios. Y aunque Fernando de Aragón, Colón o Carlos V no se reunían en cuevas secretas a rendir culto al «milenio», sí podemos señalarles como partidarios convencidos del «milenarismo».
En este sentido se usa comunmente la palabra «salomonismo», no como una asociación, corriente de pensamiento o culto, sino como una afinidad con el personaje bíblico, un modelo para un proceder adecuado. Así, el rey Salomón era un modelo de prudencia en el gobierno y de sabiduría frente a las ansias guerreras de su padre David, pero también se le vio como el constructor de la primera morada de Dios en la Tierra, la primera Domus Dei.
Actualmente decimos que alguien es «madridista» o «barcelonista» por su afición o afinidad con ese equipo concreto, sin necesidad de adscribirlos a ningún grupo organizado, culto, secta o asociación secreta. Hace falta ser muy retorcido para ver otras intenciones en una afirmación así.
Por otra parte, este «salomonismo» tuvo consecuencias muy directas en la arquitectura, donde no sólo se buscó el prestigio que ofrecía la comparación con su modelo arquitectónico [53] y con su sabio constructor, sino que se buscó repetir sus sencillas proporciones métricas.
Estas proporciones habían sido ya utilizadas en la Edad Media, desde que las trataran San Agustín y algunos neoplatónicos y pueden encontrarse en muchos monumentos románicos y góticos. Dada su inspiración divina, muchos las consideraron ideales para el diseño de las iglesias cristianas.
Santa Sofía de Constantinopla (532-537) fue construida sobre la primitiva Basílica de Constantino en tan sólo cinco años. Justiniano, según su cronista oficial Procopio, al ver Santa Sofía terminada exclamó: «Salomón, te he superado». Su proporción original, según Scheja [54] sería de 300 pies bizantinos por 100 de anchura (la cúpula) y 150 de altura, proporciones también coincidentes con las del Templo de Salomón (60 x 20 x 30 codos). Scheja también recuerda la presencia de unos querubines en las pechinas de la cúpula, como único elemento figurativo del templo además de la cruz.
La Sainte-Chapelle en París (1242-48) es una de las obras maestras de la arquitectura gótica. Fue construida por Luis IX para albergar la supuesta corona de espinas de Cristo y fragmentos de la Vera Cruz, probablemente para evocar paralelismos con la Corona francesa. El edificio parece pequeño, aéreo, con proporciones 10'50x30'50 m. El parecido con el Templo de Salomón (que no olvidemos era también una capilla palatina de medidas interiores 20x60 codos, con codos de aproximadamente medio metro) se subraya también por su cercanía a St-Denis.
La Basílica de St-Denis, al norte de París (1132-44), donde el abad Suger desplegó una suerte de comparaciones con el Templo de Salomón al consagrar la nueva cabecera poligonal de la antigua abadía, con su girola y capillas absidales, marcó el comienzo del gótico francés. Suger señala que su templo y el de Salomón se construyeron con la misma finalidad (ser la Casa de Dios) y que ambos tienen el mismo autor (Dios, ya que señala que concibió St-Denis en una revelación) [55].
Incluso los autores más reticentes a admitir influencias del Templo de Jerusalén en El Escorial reconocen estas influencias en otros edificios como la catedral de Aquisgrán (ca. 790-805), aunque su planta octogonal recuerda más a la Cúpula de la Roca (la imagen del Templo que traían los peregrinos de Jerusalén) que al verdadero Templo de Salomón sobre la que se construyó. También Carlomagno fue comparado con el rey Salomón durante su reinado [56].
En el Renacimiento las inscripciones de los frescos de Perugino de los arcos triunfales de la Capilla Sixtina (ca. 1471-84), en la escenificación de la Entrega de las llaves a San Pedro, se refieren al papa Sixto IV como nuevo Salomón constructor de la capilla vaticana, cuarta reconstrucción del Templo jerosolimitano: «Tú Salomón, consagraste este inmenso templo por cuarta vez» [57].
Las medidas de la Sixtina son de 40'23x13'41 metros, con altura 20'07, lo que supondría un codo de 67'05 cm, que para Battisti coincide con el «codo palestino de tela». Subraya también el parecido arquitectónico: tres pisos, el interior dividido en dos partes, una para el Sancta Sanctorum, con proporción 3x1x1'5 (60x20 codos, con altura 30) perfectamente rectangular, ventanas oblicuas y cámaras laterales alrededor.
Durante la Contrarreforma florecieron especialmente los estudios salomónicos, espoleados por la construcción de El Escorial. La polémica dividió a los estudiosos entre los que se interesaban por la reconstrucción teórica del templo sin olvidar las raíces judías del cristianismo y los que buscaban cristianizar la arquitectura pagana mediante la singular teoría de que los romanos basaron sus órdenes y su sentido de la proporción en los antiguos hebreos. Probablemente de estas dos ideas a la vez había surgido el «salomonismo» de El Escorial, y de su difícil acuerdo el olvido de su génesis.
Finalmente, en el Barroco proliferaron las imitaciones de las columnas torsas del Baldaquino de San Pedro (1624-1633). La intención ideológica fue asemejar el Vaticano a un nuevo Templo de Salomón, probablemente en competencia con El Escorial, para separarse del código renacentista basado en Vitruvio y abrir nuevas posibilidades a la arquitectura clásica [58].
En el Barroco hispánico destaca la presencia de columnas salomónicas en la práctica totalidad de retablos y sagrarios del siglo XVII en España y América, y en multitud de tratados arquitectónicos sobre su trazado y sobre el orden salomónico, como los de Juan Ricci, Juan Caramuel y Guarino Guarini. Destaca especialmente el de Caramuel, donde la cita a Felipe II y su Escurial aparece explícitamente en el título y en la inclusión de una reconstrucción del templo rectangular de Jerusalén, basada en la de Jacob Judá León, junto a un grabado de El Escorial. [59].