5. El sermón del funeral de Carlos V (30.12.1558)

Pero el momento en que este «salomonismo» simbólico debió pasar del mundo de las ideas al de los proyectos, debió ser el de la muerte de Carlos V. Muchos autores han señalado la importancia que tuvo el momento en que Felipe II supo de la modificación del testamento de su padre, en el que constaba su voluntad de ser enterrado en un edificio de nueva fundación en territorio español.

Hasta entonces, el contacto del príncipe Felipe con la arquitectura se había limitado a reformas más o menos importantes en los palacios donde gustaba pasar sus tiempos de ocio. Nunca se había enfrentado a la arquitectura religiosa, y mucho menos a un edificio enteramente nuevo. Debió ser un reto el encontrar una idea potente que sirviera para hilvanar las muchas funciones que quería incluir en el que estaba llamado a ser el edificio emblemático de su reinado.

Tenía que pensar en algo totalmente nuevo y espectacular. El cardenal Pole lo había adelantado durante la boda de Felipe y María Tudor en noviembre de 1554, pero veremos cómo el mérito de recordárselo en el momento oportuno fue finalmente de François Richardot, el confesor de la gobernadora Margarita de Austria y obispo de Arras.

«Debió ser un reto el encontrar una idea potente que sirviera para hilvanar las muchas funciones que quería incluir en el que estaba llamado a ser el edificio emblemático de su reinado»

5.1. François Richardot, uno de los mejores oradores de su tiempo

En contra de lo que insinúa un estudio reciente, pero mal informado [123], el obispo François Richardot no era sólo un «notable clérigo», como apunta injustamente, ya que fue nada menos que mentor y confesor de la gobernadora de los Países Bajos, Margarita de Parma o de Austria (1522-1586), hija ilegítima de Carlos V, medio hermana de Felipe II y madre de Alejandro Farnesio.

Sus grandes aptitudes como orador le hicieron pronunciar en pocos días el sermón por Carlos V y las oraciones fúnebres por María Tudor, María de Hungría y Leonor de Francia, así como la conmemoración de Enrique II, rey de Francia [124]. Todas estas oraciones debieron gustarle mucho a Felipe II porque, casi diez años después, el 4 y 5 de enero de 1568, hizo también las de Isabel de Valois y el príncipe Don Carlos, ya que estaba considerado como uno de los mejores y más elocuentes predicadores de su tiempo, hasta el punto que vio publicados todos estos sermones.

[123] H. Kamen, Enigma, pág. 131, nota 51.
[124] Este ins­truc­tor borgoñón de la orden agustina nació en Morey-Ville-Église en 1507 y murió en 1574 en Arras. Intervino como con­ci­lia­dor en las luchas de los Países Bajos. En 1562, fundó la universidad de Douai, con la protección de Felipe II y bajo la inspiración de Trento. Cfr. F. Didot, Nouvelle biographie, pág. 190.
El obispo de Arras, François Richardot (1507-1574), cargo en el que sucedió al también borgoñón Antoine Perrenot de Granvela (1517-1586)

El entonces obispo titular, el también borgoñón Antoine Granvela, uno de los principales consejeros reales y desde 1556 presidente del Consejo de Estado en Flandes, le había hecho en 1556 obispo sufragáneo de Arras (una diócesis se dice sufragánea cuando se circunscribe en el territorio de una provincia eclesiástica presidida por el arzobispo de una sede metropolitana), cargo del que finalmente fue titular cuando Granvela fue nombrado arzobispo de Malinas en 1560 y cardenal en 1561.

Renombrado predicador, fue muy solicitado para tomar la palabra en muchas ceremonias religiosas públicas, y durante su vida se publicaron varios de sus sermones, entre ellos todos los de los miembros de la familia de Felipe II. Richardot gozaba de una buena reputación ante las autoridades, era un protegido de la familia Granvela, y gozaba de los favores de la gobernadora Margarita de Parma y de su sucesor en 1567, el duque de Alba. Sandoval escribió de él que fue «persona muy eminente en estos estados» [125].

En 1563 fue elegido como predicador en la audiencia inaugural de la 24ª sesión del Concilio de Trento y en 1570 el Duque de Alba le encargó el sermón para la solemne proclamación del Perdón General en la catedral de Amberes [126]. Pese a ello, en 1573, en una carta conjunta al Rey con otros dos prelados, expresaría su leal preocupación por el curso de los acontecimientos políticos en los Países Bajos que estaba generando el régimen del Duque de Alba y que ponían en peligro el bienestar de los flamencos y el futuro de la monarquía.

[125] P. de Sandoval, Carlos V, t. III, pág. 516.
[126] El tema central fue la clemencia del Rey Bueno y Justo. Richardot alabó al gobernador, pero sin evitar algunas críticas a las restricciones que contenía el Perdón. Ver G. Janssens, Sermón fúnebre, pág. 360.

5.2. Un gran sermón en el momento oportuno

El 29 de diciembre de 1558, en el funeral de su padre, Felipe II volvió a oír cómo le llamaban a reconstruir el Templo de Salomón. Esta idea pudo oírse en la catedral de Santa Gúdula de Bruselas, señalada en el momento justo por uno de los mejores oradores de su época: François Richardot. Y es que esta vez tenía encomendada recientemente la tarea de idear la arquitectura de una tumba para su padre. Y podría construir esa tumba según el principal modelo de la arquitectura religiosa: el Templo de Jerusalén.

El obispo de Arras insistió en el episodio tantas veces relatado por Calvete durante el felicísimo viaje, el de la abdicación de Carlos V, a semejanza de David en su hijo Salomón [127]. A continuación, le dio la verdadera clave de la sabia actuación de Salomón respecto al Templo de Jerusalén: Richardot recomendaba a Felipe II, poniendo a Salomón como modelo, «usar todos sus recursos y sus fuer­zas para recomponer las ruinas del verdadero tem­plo de Dios, que es la Igle­sia; que, a decir verdad, tiene mucha necesidad de poderosos puntales, para el tiempo en que estamos». Es decir, restablecer en sus Reinos el culto y credo único que la Reforma había roto [128].

[127] No es la única alusión a David: al igual que rey bíblico «se esforzaba en todo y no conocía el descanso», especialmente viajando por toda Europa (F. Richardot, Sermon fvnèbre, fol. 4v) y su gobierno se asemejó al de David en celo, devoción, magnanimidad y éxito (ibídem, fol. 17). Para terminar Richardot recordaba las palabras de David expresadas en los Salmos, en las que tras renunciar al poderse confiaba completamente a Dios (ibídem, fol. 17v, Sal 19, 15 «Señor, mi Roca y mi Redentor»). Está basado en el Apocalipsis de San Juan (Apoc 4, 7) y el Libro de Ezequiel (Ez 1, 5-10).
[128] El sermón que nos ocupa decía: «Mais, vne chose diray –je toutesfois, que, comme Dauid, se sentant brisé de tant de peines par luy supportées, declara successeur en son Roiaume Salomon son fils, suiuant la confidence qu’il eut de son haut sçauoir, & sagesse [...] Et que, se desmettant de ses estats, il reuestit de ceste roiale pourpre, personnage, à qui elle fiet, & conuient tresbien. Ce qu’il feit aussi en espoir, Sire, que, comme Salomon aprés le trespas du pere, edifia & dedia ce beau temple en Hierusalem: ainsi, que Vostre Majesté Roiale, après luy, emploieroit ses biens, & ses forces, pour estançonner les ruines du vrai temple de Dieu, qu’est l’Église. Laquelle, à vray dire, a grand besoin de puissans estançons, pour le temps où nous sommes» (Ibídem, fol. 17). Debo el hallazgo de esta importante y esclarecedora cita a B. Cepeda.

«En el funeral de su padre, Felipe II volvió a oír cómo le llamaban a recomponer «las ruinas del verdadero templo de Dios, que es la Iglesia». Pero esta vez tenía encomendada recientemente la tarea de idear la arquitectura de una tumba para su padre»

El interventor del emperador Carlos V y luego de su hijo Felipe II, el holandés Jean de Vandenesse (1497-1562) también recogió en su crónica manuscrita el sermón de Richardot con sus alusiones a la victoria de San Quintín en el día San Lorenzo, y el paralelismo entre la sucesión de Carlos V en su hijo y la llamada a imitar a Salomón para que usara para «recomponer las ruinas del Templo de Dios» [129]- Desde luego, o fue una petición directa del rey a Vandenesse, que quería conservar ese sermón en concreto, o una muestra de la importancia que tuvo el discurso de Richardot en ese momento.

[129] L. P. Gachard (Voyages des Souverains, t. IV, pág. 60) transcribe el Journal des Voyages de Philippe II de Vandenesse (el sermón completo se transcribe en las págs. 47s); también puede consultarse la traducción de José García Mercadal: Viajes de extranjeros por España y Portugal desde los tiempos más remotos hasta fines del siglo XVI (1952), vol. II: Vandenesse, pág. 258 (sermón en págs. 251s).

La novedad en el caso de Richardot es que conjugó en su sermón dos géneros diferentes: el panegírico en el que se glosan las virtudes del muerto, suplicando misericordia a Dios para el fallecido Emperador, y la parte en que se dirige directamente a Felipe II, destinado a servir de espejo de príncipes al sucesor de Carlos V [130]. Ya vimos como Erasmo de Rotterdam, Maquiavelo, Felipe de la Torre y Fox Morcillo [131], por ejemplo, habían escrito cosas parecidas en sus libros destinados a la educación de los príncipes [132].

Los sermones desde 1550 cobraron especial importancia hasta perfeccionarse en el Siglo de Oro. Como los actos públicos que se organizaban tras la muerte de una persona importante cada vez incluían más boato y solemnidad, los predicadores cuidaban mucho el texto de sus sermones y se puso de moda imprimirlos en folletos sueltos o en colecciones encuadernadas. Tanto el orador como los oyentes que-rían conservar los discursos de tan importantes personas [133].

El mismo Plantino, impresor Real en Amberes, imprimió el discurso de Richardot al año siguiente en una lujosa presentación junto con los que también ofició esos días por María Tudor y las hermanas del Emperador. Su impresión permitiría su lectura más sosegada en momentos de añoranza de su padre, así como su difusión propagandística.

[130] G. Janssens, Sermón fúnebre, pág. 359: «Richardot no habla únicamente del monarca fallecido. Se dirige explícitamente al rey presente y lo compara con el rey Salomón. No se trata de mera adulación, como se ha pretendido, sino que es la consecuencia inmediata del hecho de que esta parte de la homilía está hecha para servir de espejo de príncipe para el monarca».
[131] Para H. Kamen (Enigma, pág. 43) Felipe II apreciaba sinceramente el entorno humanista, por lo que eligió como tutor para su hijo Carlos al filósofo español Sebastián Fox Morcillo, entonces profesor en Lovaina.
[132] G. Janssens (Sermón fúnebre, págs. 359 a 362) cita también como antecedentes a Egidio Romano, Juan de Salisbury y Antonio de Guevara, cuyo Relox de príncipes había sido traducido al francés en 1540. «Comparada con las otras prédicas pronunciadas con motivo del fallecimiento de Carlos V, y también con la prédica pronunciada por Pierre du Chastel en el funeral del rey Francisco I de Francia, la de Richardot, al vincular la explicación alegórica derivada de la Edad Media de la visión divina de Ezequiel a las ideas habituales de sus contemporáneos sobre el origen divino del poder del rey, es la única que establece un puente entre el pensamiento medieval acerca del poder del rey y las ideas que llegaron a sustentar al naciente absolutismo monárquico».
[133] F. Cerdan («La oración fúnebre del Siglo de Oro», págs. 80-82) ha catalogado cerca de quinientas oraciones fúnebres impresas, aunque cree que debieron imprimirse más de cuatrocientas. A diferencia de los antiguos panegíricos clásicos y medievales, en esta época las oraciones fúnebres tendían cada vez más hacia el sermón. El elogio del difunto servía para la edificación del público, valorando los bienes eternos y menospreciando los terrestres.

5.3. ¿El hijo de Carlos de Gante no entendía el francés?

En cuanto a la capacidad de Felipe II de entender el sermón en francés del funeral de su padre, afirmada por un estudio reciente [134] y negada por otro más contradictorio [135] estoy seguro de que cualquier joven español de veinte años que pase dos veranos en Francia, Italia, Cataluña o Portugal vuelve entendiendo suficientemente el idioma local. Sólo si fuera a Inglaterra o Irlanda le costaría un poco más, al no ser el inglés una lengua romance.

Por eso me extraña tanto que se pueda afirmar que Felipe II, hijo de un flamenco con raíces alemanas y que vivió toda su infancia rodeado de personas que pertenecían a la corte flamenca de su padre y a la portuguesa de su madre, que aprendió a hablar perfectamente el latín y el italiano, las lenguas oficiales de la diplomacia de la época, y que llevaba en el extranjero casi diez años en 1558, tuviera excesivas dificultades en entender una homilía en francés.

Lo normal es que a esas alturas el rey supiera el suficiente francés por lo menos para entender algo de un sermón, que tanto apasionaban al devoto Felipe, especialmente en el único momento en el que el predicador dejó de hablar del Emperador y se refirió explícitamente a él. Otra cosa es que Felipe II no fuera amante de hablar en francés, y mucho menos en público.

Pero veamos las pruebas documentales que corroboran que Felipe II entendía suficientemente el francés:

a) Cuando Felipe conoció a María Tudor y se casó con ella en 1554, el cronista Andrés Muñoz relataba que la reina le hablaba en francés mientras que Felipe respondía en español, «y al parescer se entendían muy bien». Pese a que María Tudor era hija de Catalina de Aragón no hablaba bien español, aunque lo entendía perfectamente. Era el mismo caso de Felipe, hijo de Carlos V de Gante, con el francés. [136]

[134] G. Parker, Felipe II, 2010, pág. 1104, nota 98 señala: «sobre su habilidad con el francés, véase la evidencia de que Felipe entendía a su esposa María Tudor cuando le escribía y hablaba en esa lengua; AGS, Estado, K 1567/46, "Avisos de Londres": cuando el rey recibió en 1588 avisos traducidos del francés al castellano que no se podían entender, demandó el original e hizo una traducción mejor; y NA, SP 70/64/44 y 70/139/123, Felipe a Isabel Tudor, 13 de octubre de 1563 y 1 de diciembre de 1576, ambos con una despedida hológrafa en francés. Sin duda Felipe hizo lo mismo en sus cartas a sus parientes franceses, al menos entre 1560 y 1568».
[135] H. Kamen, Enigma, pág. 131, nota 51: «Puesto que el sermón se pronunció en francés, idioma que Felipe no entendía por aquella época (incluso su padre, cabe recordar, le hablaba en castellano y no en francés), es probable que el rey no entendiera nada de lo que dijo el predicador». Entiendo que un angloparlante afirme algo así, pero para un español esta afirmación es, como poco, exagerada.
[136] H. Kamen, Enigma, pág. 40, citando a A. Muñoz, Viaje de Felipe II, pág. 71: «y luego se tomaron de las manos, hablando ella en francés, y S.M. en español, y al parescer se entendían muy bien». Yo añadiría otra cita de ese mismo libro (p. XXVII): «Llega en esto otro inglés a galope tendido, se apea, echa la rodilla en tierra, y, quitándose la gorra, explica en francés, idioma con que el Príncipe está algo más familiarizado, que el mensaje de la Reina se reduce á suplicarle no continúe su marcha con tal mal tiempo».

b) El políglota Felipe fue una excepción en su propio país: entendía entendía, hablaba y escribía correctamente en español, latín e italiano, «tenía un dominio moderado del francés» [137] y entendía el portugués, las dos lenguas de sus padres. Curiosamente, esta cita es del mismo autor y sólo dos páginas posteriores a la que decía que Felipe II no entendió «nada» del pregón en francés de Richardot.

c) Felipe nunca dominó totalmente el francés y casi nunca lo hablaba. En 1555, durante la abdicación de su padre, la contestación al Emperador la tuvo que hacer Antonio Perrenot de Granvela, tras disculparse Felipe en francés de no dominar mejor el idioma. Al comentar este momento, Kamen, pese a negarlo en otros lugares de su libro, señala que está demostrado que Felipe «hablaba unas pocas palabras» en francés: «Limitó su intervención a unas breves disculpas, que balbuceó en francés, por no saber hablar el idioma oficial de los Estados Generales». Este comentario es inexacto, ya que no fueron «pocas palabras» las que balbuceó: «Je voudrais parler assez bien le français pour vous exprimer de ma propre bouche la sincère affection que je porte aux provinces et aux peuples de la Belgique. Mais ne pouvant le faire ni en français ni en flamand, l'évêque d'Arras, à qui j'ai ouvert mon cœur et qui connaît mes pensées, le fera à ma place. Écoutez-le donc, je vous prie, comme si vous m'entendiez moi-même» [138].

[137] H. Kamen, Enigma, pág. 133: «Felipe fue una excepción en su propio país. Era capaz de redactar cartas oficiales en latín, e incluso podía conversar en esta lengua si era necesario [...] También entendía el portugués (gracias al círculo de portugueses que había en la corte de su madre) y tenía un dominio moderado del francés. Podía leer el italiano sin problema alguno, como atestigua la gran cantidad de correspondencia de Estado escrita en italiano en la que aparecen de su mano anotaciones detalladas al margen. [...]». Era capaz de redactar cartas oficiales en latín, e incluso de conversar en esta lengua, por ejemplo con los príncipes extranjeros en sus visitas a Inglaterra y Alemania. Solo no aprendió nunca el griego, aunque formaba parte de sus estudios, algo habitual entre las élites españolas.
[138] H. Kamen (Enigma, pág. 42, n. 64) cita a L. P. Gachard, Retraite et Mort, Introduction, 1854, pág. 98, aunque no he podido encontrar esa cita. Tal vez se refiera a François-Auguste M. Mignet, Charles-Quint: son abdication, son séjour et sa mort au monastère de Yuste, págs. 102 y 103, Paris, 1854, que es el que yo cito. Ésta es la traducción de P. de Sandoval (Carlos V, t. III, XXXVI, pág. 482): «Quisiera haber deprendido también a hablar la lengua francesa, que en ella os pudiera decir larga y elegantemente el ánimo, voluntad y amor entrañable que a los Estados de Flandres tengo; mas como no puedo hacer esto en la lengua francesa, ni flamenca, suplirá mi falta el obispo de Arras, a quien yo he comunicado mi pecho; yo os pido que le oigáis en mi nombre todo lo que dijere, como si yo mismo lo dijera.»

d) En 1576 reconoció ante el embajador francés que «había entendido poco» de una carta que le leyó del rey de Francia «porque no entiendo muy bien el francés», cosa que sabemos no es cierta, por lo que probablemente pudo ser una exclusa diplomática para no entrar en discusiones con el embajador [139].

e) Jehan Lhermite, ayuda de cámara de Felipe II, le oyó decir en 1596 a su hijo el futuro Felipe III que le daba pena su propia inhabilidad para hablar francés, que sólo adquirió ya de adulto (¿la joven Isabel de Valois le motivó más que María Tudor?), aunque añadió que lo entendía muy bien, amonestándole para que lo hiciera mejor [140].

La conclusión es que a Felipe II no se le daba bien la lengua francesa, no le gustaba hablarlo en público, o simplemente le avergonzaba no hablarlo con la perfección de su padre, pero sabía lo suficiente en esa época como para poder comunicarse con su mujer María Tudor y para no obligar a Richardot a leer el sermón en latín y poder entenderlo, mejor que peor, en francés.

[139] G. Parker, Felipe II, 2010, págs. 62 y 1104, nota 98: «AGS, Estado 393/36, Zayas a Felipe II y rescripto, "miércoles santo" [17 de abril de 1576]».
[140] J. Lhermite, Pasatiempos, pág. 266: «porque si yo no lo he hecho en mi vida, ha sido por no querer, empero por no saber, que aunque la entiendo muy bien, no me arrojé jamás a hablarla, por aver sido de edad cuando la deprendi y si no haverme prejado bien la pronunciacion della»

5.4. ¿Admitiría Felipe II un sermón que no entendiera?

Sabemos que Felipe II era un gran amante de los sermones. Tanto que, según nos relata el padre Sigüenza, en su codicilo ordenó que el día de su muerte «hubiesen perpetuamente sermón», es decir, veinticuatro horas en las que diferentes sacerdotes se turnaban para que no se parara de decir sermones [141].

Por otra parte, el famoso pregón de Richardot fue leído en francés, como atestiguan al menos dos fuentes diferentes, y no en latín como el resto de la liturgia [142]. El Concilio de Trento en su XXV sesión de 1563 permitía excluir del latín a los sermones «predicados en lengua vulgar a la ruda plebe» [143]. Si real­mente Felipe II no entendiera nada de francés, es probable que en un funeral privado donde no entraba el pueblo y el público era plurinacional hubiera ordenado que se leyera en latín, que para eso era el rey y era el funeral de su padre.

Felipe no estaba en los Países Bajos de vacaciones: estableció allí su Corte entre los años 1549 y 1559, y desde el norte de Europa dirigía sus dominios. Pasó catorce me­ses en Inglaterra, quince en Alemania y cinco años en los Países Bajos Al principio era la Corte del Emperador, pero tras innumerables fiestas, justas y jornadas de caza aquellos hombres, sobre todo los más jóvenes, eran ya personas de su confianza, incluso amigos íntimos. ¿En qué idioma conversaría Felipe con Aytta, con el conde Egmont, el príncipe de Orange o con Granvela? ¿En qué idioma arengaba a sus ejércitos? ¿En qué idioma escuchaba los sermones en las misas en Bruselas?

Este sermón en concreto se imprimió en francés en la Imprenta Real de Plantino, con la expresa autorización del rey, según consta en su primera página en el privilegio firmado por el monarca pocas semanas después del sermón, el 23 de enero de 1559. Ello muestra el interés que tuvo por el mismo, sin importarle el idioma en que se leyó.

Felipe debió hacerse al menos con un ejemplar del sermón de Richardot para poder releer el sermón, porque aún puede encontrarse en la Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo El Escorial, en su Salón Principal (sig. 29-V-21 [1º]). Vimos también como la transcripción del mismo por Vandenesse también se hizo en francés, prueba de que el rey no necesitaba traductores.

[141] J. de Sigüenza, Fundación, III.XXII, pág. 280. Ya en la primera iglesia «de prestado» las habitaciones reales se juntaron a la iglesia para oir las misas y sus sermones (Fundación, III.IV, pág. 53). Por cierto, precisamente Sigüenza señala que «cúpome a mí (pudiéranlo hacer otros mejor) predicar el primer sermón de esta insigne iglesia, y también prediqué el postrero de la iglesia que había servido de prestado en tanto que se edificaba ésta» (Fundación, III. XIV, pág. 168). La fecha fue el 25 de julio de 1586, día del apóstol Santiago, patrón de España. Felipe II, que asistió al evento, eligió al fraile por haber estudiado en el Colegio escurialense.
[142] P. de Sandoval, Carlos V, t. III, pág. 516. Aunque el fraile no pudo verlo personalmente (nació en 1553) señala en su crónica que «hubo sermón en francés, el cual dijo el sufragáneo del obispo de Arras, que era persona muy eminente en estos estados». También L. Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, pág. 181: «La oración funesta fue elegante y grave en lengua francesa de Infraneo obispo». Si el sermón se hubiera leído en latín, no me queda ninguna duda de que Plantino lo hubiera impreso en dicha lengua.
[143] Dependiendo del público, muchas veces el sermón se hacía en latín, como el resto de la misa. Como ejemplo, el padre Sigüenza recordaba un capítulo general de los jerónimos en San Bartolomé de Lupiana: «Presidio el General, fray Alonso de Oropesa, que según lo acostumbraua, hizo vn sermón en la lengua Latina, no tan largo como el passado, mas no de menor erudición, deuocion, ingenio y prouecho» (Historia, cap. XXII, pág. 381, ed. 1907).

«Si realmente Felipe II no entendiera nada de francés, en un funeral privado para un público plurinacional hubiera ordenado que se leyera en latín, que para eso era el rey y era el funeral de su padre. Felipe además compró un ejemplar del sermón de Richardot para la Biblioteca de El Escorial.»

5.5. Los funerales del siglo XVI duraban dos días, con vísperas y vigilia

En cuanto a la fecha del funeral, Henry Kamen confundía en un trabajo reciente la procesión fúnebre de Carlos V, que se celebró públicamente con gran boato por las calles de Bruselas durante la tarde (vísperas se decía entonces) del día 29 de diciembre (no el 28 de noviembre, como me corrige él en un desafortunado párrafo) y que terminó presumiblemente con el Canto de Vísperas del Oficio de Difuntos y la Misa de Funeral por el Emperador que se realizó al día siguiente el 30 de diciembre en la misma Catedral de Santa Gúdula [144].

[144] H. Kamen, Enigma, pág. 131. La cita correcta es de F. J. Campos, Exequias privadas, págs. 15-44.

Las exequias reales tenían carácter obligatorio y se hacían con una normativa legislativa expresa, a través de cartas reales ordenando su celebración y fijando su grado de suntuosidad. Las elaboradas manifestaciones artísticas de los funerales de Carlos V están estrechamente vinculadas a la llegada de los Habsburgo a la monarquía hispana, con un novedoso ejercicio de promoción dinástica que pronto copiaron las otras dinastías europeas. En esa época era práctica habitual que en las catedrales u otras iglesias se celebrasen exequias regias públicas tras la muerte de algún miembro de la familia real.

Solían tener lugar uno o dos meses después del fallecimiento, durante dos días consecutivos: en el primero, y siempre por la tarde, se solemnizaban las «vísperas de difuntos», mientras que, al día siguiente, se celebraban tres misas de pontifical: la de la Virgen María, la del Espíritu Santo y la más solemne, la de Requiem, a la que se asistía por invitación. El momento cumbre era el sermón fúnebre, donde se elogiaban las virtudes más destacadas del personaje real, finalizando con la absolución del simulacro de tumba colocado en el túmulo [145].

En la liturgia de las Exequias (que puede o no incluir procesión, misa de vísperas, vigilia, responsos, misa de funeral, despedida en el cementerio, sepultura, novenario, etc.) la finalidad de los ritos cristianos no es venerar el cuerpo, que en el caso de Carlos V estaba en Yuste, sino celebrar la memoria del difunto y comparar su muerte con la de Cristo, por lo que suele acompañarse con la oración y la celebración de la Eucaristía. Otras celebraciones litúrgicas durante el año (misas de sufragio, paraliturgias y otros ritos familiares) son continuación de este ritual de Exequias.

El error con las fechas de Kamen está probablemente ocasionado por una errata de Cabrera de Córdoba (1559-1623), que publicó la primera parte de su obra en 1619 (Kamen cita la edición de 1876-77), pero que había nacido al año siguiente del funeral del Emperador.

«El Rey Católico celebra las exequias del Emperador en Bruseles.

Hallábase don Filipe cargado de lutos con la muerte de su padre, mujer y tías. Envío a Bruseles al Conde de Olivares, su mayordomo, para celebrar sus memorias con la pompa funeral competente a grandeza tanta, y retiróse a la abadía de San Grumandola hasta miércoles veintiocho de noviembre [sic] en que se començaron las exequias del Emperador. Por medio de dos paliádas fue desde su palacio a Santa Gúdula, iglesia principal de Bruseles, asistida de menestrales y burgueses con dos mil y quinientas hachas lucientes. [...] El día siguiente, con el mismo orden y procedencia sin la nave y caballos fue el Rey a la misa [...] el viernes siguiente salió el rey de palacio a la iglesia con la mesma orden que había ido a las vísperas [...] Entró Su Majestad en la iglesia a las once [...] Hubo sermón en francés, el cual dijo el sufragáneo del obispo de Arras, que era persona muy eminente en estos estados.» [146].

Su contemporáneo fray Prudencio de Sandoval (1553-1620) es una fuente más fiable que Cabrera de Córdoba:

«XXI. Honras que el rey don Felipe mandó hacer en Bruselas en la iglesia de Santa Gúdula, jueves y viernes 29 y 30 de diciembre año 1558.

Estando el rey don Felipe en Arrás después de haberse levantado con su campo del cerco de Durlan, que fué en fin des de octubre, tuvo nueva cierta que el Emperador era muerto a 21 de setiembre. Mandó al conde de Olivares que viniese a Bruselas a dar orden y mandar aparejar lo que fuese menester para las honras [...] Después de mandado esto y dado orden en otras cosas, vino el rey a una abadía que está dos leguas de Bruselas, que se llama Grumandala, donde estuvo hasta miércoles 28 de diciembre, que supo estaba todo aparejado, y así entro en Bruselas de noche. [...] La orden que se tuvo en el caminar a las honras de Su Majestad Imperial, jueves 29 a vísperas, con ocho insignias que se llevaron» [147].

Entre otros funerales oficiales pueden destacarse los de Valladolid, Alcalá, Augsburgo, Mainz, México, Roma, Florencia y Nápoles. En Bruselas la catedral fue dispuesta para la ocasión con nuevos altares, escaleras, crespones negros, armas y emblemas del difunto, con el extraordinario boato de la Borgoña medieval: «A mano derecha de la capilla ardiente y al nivel de la primera columna, encima de tres peldaños, estaba el asiento del rey [...] Tres pies más abajo, sobre dos peldaños, el lugar reservado al señor duque de Saboya, también persona de sangre real. Y tres pies más abajo, sobre un único peldaño, el sitio de los duques y señores residentes en esta corte» [148].

En realidad, el cadáver de Carlos V nunca viajó hasta Bruselas. Cuando murió el Emperador en Yuste en 1558 su cuerpo quedó depositado bajo el altar de la capilla del monasterio hasta que se llevó a la cripta de debajo de las esculturas orantes del altar de El Escorial en 1574, de donde Felipe IV lo trasladó a su emplazamiento actual en el Panteón Real [149].

[145] J. Varela, Muerte del Rey, especialmente págs. 15-107.
[146] L. Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, págs. 181 y 182: «díxola el obispo de Lieje, y le ofrecieron los caballos, banderas, insinias, y el del duelo sobre el cual lloró mos de Bosu, caballerizo mayor. La oración funesta fue elegante y grave en lengua francesa de Infraneo obispo. Porque ninguna reverencia faltase a su padre, el Rey hizo las honras con esta grandeza, y agradecido el amor de su mujer en su honor y de sus tías, tres días después, acomodado el túmulo como para funeral de reinas a lo corintio, celebró las exequias en diferentes días y con funesta diferente.»
[147] P. de Sandoval, Carlos V, t. III, págs. 508-516: «Iban primeramente en procesión toda la crerecía y frailes de las iglesias y monasterios de Bruselas [...] Llegó Su Majestad a Santa Gula a las cuatro de la tarde; si bien salió del palacio a las dos se tardó este tiempo en llegar a la iglesia. / Estaba la nave principal de la iglesia de Santa Gula atajada de un cabo y de otro, de manera que no se podía entrar en ella sino por una de tres puertas que había. [...] estaba hecho un tablado muy grande, que se subía por cuatro gradas a él, y arrimado a la pared del coro un altar adonde se dijo la misa [...] De frente del chapel estaba hecho un estrado para el rey, de tres gradas en alto, todo cubierto de paños negros, donde estuvo Su Majestad. [...] En las vísperas y misa, al tiempo que Su Majestad entraba en la nave de la iglesia se quedaba la guarda por de fuera en las otras naves. Salió Su Majestad de la iglesia a la una, y se volvió a palacio por la misma orden que había venido.»
[148] L. P. Gachard, Voyages des Souverains, t. IV, pág. 37. Texto en español en J. García Mercadal, Viajes de extranjeros, tomo V, pág. 246.
[149] V. Cadenas, Carlos V en Yuste, pág. 141.